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Actualizado: 5 de julio de 2025
El abogado se vió en un automóvil con varios hombres á los que apenas conocía. Otros vehículos marchaban delante y detrás del suyo. En uno de ellos iba Freya con las monjas y el sacerdote. Una débil claridad blanqueaba el cielo, marcando las aristas de los tejados. Abajo, en el lóbrego fondo de las calles, empezaba lentamente la circulación del amanecer.
Me parece que debe usted sentir dejar esta hermosa vida, le dije yo con el aire del más grande interés. J. JANIN, «El asno muerto». Una numerosa multitud llena la plaza y las ventanas, los balcones y los tejados de las casas de la misma: las murallas y hasta las fortificaciones, han sido también invadidas por la multitud.
Es un pueblo prolongado, agudo y afilado por delante y más ancho por detrás, á manera de cepa de puente; tiene sus calles, plazas y habitaciones; está cercado de su amuradas; al un cabo tiene castillo de proa con más de diez mil caballeros en cada cuartel; al otro su alcázar tan fuerte y bien cimentado, que un poco de viento le arrancará las raíces de cuajo, os volverá los cimientos al cielo y los tejados al profundo.
Es verdad también que Romero Alpuente no es ningún rana dijo otro de los presentes. ¿Cómo rana? exclamó, animándose, Calleja. ¡Que le sobra talento por los tejados!... Y á usted, señor Carrascosa, ¿quién le ha dicho que yo no soy competente? ¿Quién es usted para saberlo? ¿Que quién soy? ¿Y usted qué entiende de discursos? Vamos, señor don Gil, no apure usted mi paciencia.
Levantose el viento con fuerza, sacudió las celosías y agitó las blancas cortinas de un modo fantástico; luego, una niebla gris se deslizó suavemente por encima de los tejados, acariciando las paredes barridas por el viento y envolviéndolo todo en luz incierta e imponente quietud...
Algunas puertas ostentan lindos azulejos con la figura de San Isidro y la fecha de la construcción, y en los ruinosos tejados, llenos de jorobas, se ven torcidas veletas de chapa de hierro, graciosamente labrado.
La vaca ha ido a dar al cebadal que crecía tan hermoso y lo arrasa todo y yo no puedo darle alcance; los capones andan por los tejados y los conejos en la huerta. ¡En la huerta! exclamó mi tía que se levantó lanzándome una colérica mirada, porque la tal huerta era un sitio sagrado para ella y el objeto de sus únicos amores.
Brillaban los peñascos de basalto, semejantes a bloques de metal; centelleaban, cual si fuesen proyectores eléctricos, los tejados y los vidrios de las casas de la playa; los bosques despedían luz: cada hoja era un espejo. Los remates de las torres y los mástiles de los buques anclados en la bahía serpenteaban como espadas ígneas por encima de la niebla.
Entonces se acordó del Alcázar de Toledo, que parece dominar desde su altura a la catedral, intimándola con la pesada mole de sus torres. Eran las cornetas de la Academia Militar. A Gabriel le hicieron daño estos sonidos. Había perdido de vista el mundo, y cuando se creía lejos, muy lejos de él, sentía su presencia, un poco más allá de los tejados del templo.
Las moscas, revoloteando en la atmósfera de luz, brillaban como movibles chispas de oro; los tejados destacaban sus agudos contornos sobre el espacio azul y límpido.
Palabra del Dia
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