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Actualizado: 5 de julio de 2025
Los pájaros familiares habían huido de los árboles y piaban sobre los tejados en donde vibraba el sol. Murmullos de multitud quebrantaban el largo silencio de doce meses, alegrías extraordinarias dilataban la fisonomía del viejo colegio, los tilos lo perfumaban con agrestes aromas. ¡Cuánto habría dado por ser libre y dichoso!
El sol bañaba por completo la aldea; se derramaba por el césped ocupándose en deshacer las gotas de rocío; brillaba rojo en los tejados; penetraba en las copas de los árboles trasformándolos en enormes globos de trasparente esmeralda. ¡Allá va Flora! El camino estrecho que conduce desde la casa de D. Félix á la Bolera, tapizado por entrambos lados de zarzamora, está solitario.
En este ancho espacio, que es para Valencia vientre y pulmón a un tiempo, el día de Nochebuena reinaba una agitación que hacía subir hasta más arriba de los tejados un sordo rumor de colosal avispero.
La otra permite extender la vista hacia el Norte, sobre los tejados de algunas casas bajas y las tapias del jardín, contemplando de esta suerte el horizonte de montañas sembrado por la nubes, en el que, de cuando en cuando, se junta algún rayo de sol que alumbra entre aquella sombra las ruinas de un castillo antiguo rodeado de almenas y torreones, cuya severa figura da carácter al paisaje.
Sobre el pequeño cerro que lo domina, en una meseta, está Canzana, lugar de más caserío, rodeado de árboles, mieses, prados y bosques deliciosos. Sólo veían de él las manchas rojas de sus tejados; tanto le guarnecen los emparrados de sus balcones y los frutales de sus huertas.
Los caballetes de los tejados, las buhardillas, las chimeneas, destacaban las líneas de sus macizas sombras, bruscamente interrumpidas y dominadas por los negros contornos de las altas torres de los templos.
El embarcadero parte del centro de un barrio, y los vagones vuelan por encima de los tejados al tiempo de salir: la vista de Lóndres desde los carruajes en semejante momento, ofrece algo de curioso y de nuevo que no puede ménos de llamar la atencion.
Cruzaban la plaza y pasaban sobre los tejados golondrinas gárrulas, inquietas, que iban y venían, como si hiciesen sus visitas de despedida, próximo el viaje de invierno. Oye, Petra, no llames; vamos a dar un paseo.... ¿Las dos solas? Sí, las dos... por los prados... a campo traviesa. Pero, señorita, los prados estarán muy mojados.... Por algún camino... extraviado... por donde no haya gente.
A lo lejos, en el valle, se dibujaban con una limpidez extraordinaria las flechas de los abetos, los lomos rojizos de las rocas, los tejados de los caseríos, con sus estalactitas de hielo pendientes de las tejas, sus ventanillas centelleantes y sus agudos mojinetes.
Estaban solos en la cuádruple galería. La ventana iluminada del camaranchón del maestro de capilla trazaba un cuadro rojo en los tejados de enfrente. Sonaba el armónium con melancólica lentitud, y al callarse pasaba y repasaba por el cuadro rojo la sombra del músico, con sus nerviosos movimientos, que, agrandados por el reflejo, se convertían en muecas grotescas.
Palabra del Dia
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