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Actualizado: 16 de junio de 2025
No es más que un rasguño dije, pero... y me detuve. Tarlein se puso en pie con expresión de profundo asombro en el rostro. Tomó mi mano, me miró atentamente y de repente retrocedió un paso. ¡Pero, el Rey! ¿Dónde está el Rey? gritó. ¡Silencio, imprudente! dijo Sarto. No tan alto. Este es el Rey. Oímos llamar a la puerta. Sarto asió mi mano ¡Pronto, a su cámara! ¡Fuera esa gorra y esas botas!
Me dejé caer rendido en un sillón de brazos. Sarto encendió su pipa y aunque no formuló la menor felicitación por el maravilloso éxito de nuestra descabellada tentativa, su aspecto revelaba claramente la satisfacción, de que estaba poseído. Cuanto a Tarlein, nuestro triunfo y algunas copas de buen vino habían hecho de él otro hombre. ¡Qué recuerdo para usted el de este día! exclamó.
En cambio este Federico de mis pecados parece sufrir un ataque de tercianas. ¡Saca el frasco, muchacho, y toma un trago! Tarlein lo hizo como se lo decían. Llegamos con una hora de anticipación observó Sarto. En cuanto echemos pie a tierra enviaremos aviso de la llegada de Vuestra Majestad, porque lo que es ahora no habrá nadie esperándonos. Y entretanto...
Sarto y Tarlein caerán en la refriega, como caerá también el Duque. ¡Hola! Sí, Miguel el Negro, como un miserable que es. Cuanto al Rey, tomará el camino del infierno por la «Escala de Jacob.» ¡Ah! ¿También sabe usted eso? Y quedarán sólo dos hombres cara a cara: Ruperto Henzar y usted, rey de Ruritania. Se detuvo un momento, y con voz que la emoción agitaba, continuó: ¿No es una jugada soberbia?
De repente pareció despertarse un claro recuerdo en su memoria y exclamó: ¡Por vida de! ¿Sois Burlesdón? Mi hermano es el actual Conde de este título. ¡Claro está! Con esa cabeza no podía ser otra cosa dijo echándose a reír. ¿No conoce usted la historia, Tarlein? El joven me miró, algo cortado, con una delicadeza que mi cuñada hubiera admirado grandemente.
Por fin, a una señal de Tarlein, me levanté, ofrecí mi brazo a la Princesa y recorriendo el salón de uno a otro extremo, la conduje a una habitación contigua, más pequeña, donde nos sirvieron el café. Las damas y caballeros de nuestro séquito se retiraron y quedamos solos. Los balcones de aquella pieza daban a los jardines del palacio. La noche era hermosísima.
No diré si era buena la carne que comíamos, pero sí que los vinos eran exquisitos y que les hicimos justicia. Tarlein se aventuró una vez a detener la mano del Rey. ¿Cómo se entiende? exclamó éste Acuérdate, Federico, de que debes partir mañana antes que yo, y por lo tanto tienes que dejar de beber dos horas antes. Tarlein vio que yo no comprendía.
Yo me quité las botas, tomé un trago de licor, estreché las manos de mis dos amigos sin hacer caso de la mirada suplicante de Tarlein, y después de asegurarme de que el puñal salía fácilmente de la vaina, así la maza con los dientes y me aproximé al foso. Iba a inspeccionar la «Escala de Jacob.»
¿Y si ella se niega a servirnos? Querido Tarlein, si se niega a hacerlo por usted, lo hará por mí. Llegamos a la posada, bien embozado yo; vi a la madre de la muchacha y poco después a ésta, se dio orden de servirnos la comida, me instalé en una pieza reservada para nosotros, y no tardó en reunírseme Tarlein. La chica será quien nos sirva dijo.
Para que se comprenda bien lo ocurrido en el castillo de Zenda, tengo que completar el relato de lo que yo en persona vi e hice aquella noche con una breve reseña de lo que más tarde supe por Tarlein y la señora de Maubán.
Palabra del Dia
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