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Actualizado: 27 de noviembre de 2025
Y lo que es chico..., no hay más que verla; es necesario ser negao ú estar memo pa suponer que pueda tener aquel cuerpo y aquel talle una mujer que... ¿Qué? Vamos, que haiga parido, señor. La sospecha de don Juan se desvaneció por completo. ¿Qué tenía que ver Cristeta, casada, madre y en buena posición, con una pobre muchacha sola y que seguramente viviría de sus manos? ¿Lo parecido del nombre?
A las jóvenes, les gustaba mostrar el palmito y la esbeltez de su talle, con algún traje histórico. Había damas venecianas, romanas, del bajo imperio, hebreas, de la época de Luis XV, del Directorio, de Felipe II, y hasta pasiegas de los tiempos más recientes. Había también, algunas gitanas, nigrománticas y cautivas.
»Por San... ¡Qué linda es! ¡qué talle de reina! ¡qué hermosos ojos negros! No hay nada mejor en la corte. »Yo lo daría todo por ella dijo un hombre de pequeña estatura y de bigotes negros. »Y yo también agregó una voz ronca que me causó miedo; todo, excepto mi jauría y mi caballo árabe.
No creyó ver sino que con los ojos del alma vio a Cristeta como estaba la primera vez que hablaron: falda muy hueca, de percal, pañoleta de espuma al talle, zapatitos con galgas y moño bajo, lleno de flores; todo el atavío gitanesco; pero no en el cuarto del teatro, sino en aquella plazoleta de la Moncloa situada junto a la fuentecilla.
Maltrana, cogiéndola del talle, la hablaba al oído, cosquilleándole una oreja con su aliento. Así o de otra manera, bien estaba. ¿Iban a pasar la tarde sudando y haciendo fuerza como gallegos? La pobre cama tenía derecho a quejarse con tantos arrastres y vueltas. Había que dejarla quieta... hacerla los honores de la nueva instalación...
Ni yo sostengo eso, general; no tome usted el rábano por las hojas manifestó la marquesa con extraordinaria viveza, atacando después con brío y un poquillo irritada la gracia y buen talle de la tiple. Generalizóse la disputa, y sucedió lo contrario que en la anterior. Los caballeros se mostraron benévolos con la cantante mientras las señoras le fueron hostiles.
Y púsola en un poyo. Estaba yo con esto desvanecido y hecho dueño de la venta. Dijo una de las mujeres: ¡Qué buen talle de caballero! ¿Y va a estudiar? ¿Es V. Md. su criado? Yo respondí, creyendo que era así como lo decían, que yo y el otro lo éramos.
Después de almorzar, bastante después, cerca ya de las cuatro de la tarde, apareció a lo lejos la silueta elegantísima del primogénito del Sr. Corneta. Se acercó sonriente, benigno, y todos pudieron admirar sus botas de gamuza, el pantalón de punto con botoncitos de nácar a los lados y la preciosa americana de franela que ceñía su talle.
Lo cierto es que sentí un extremado enternecimiento al ver a mi lado a aquella hermosa criatura en todo el esplendor de la juventud, de la gracia y de la fuerza, y que debía ser mía. Rodeé con el brazo su talle, y, teniéndola muy cerca, le dije bajito: ¿Me ama usted?... ¡Yo la adoro!...
Era Lucía una rubia de las dichas vulgarmente vaporosas; ojos azules y claros y un poco húmedos, tersa y blanca la frente, los cabellos como madejas de oro, las cejas perfiladas en arco, algo aguileña, el talle fino y esbelto, el rostro alegre y muy apacible. Formaba su hermosura dichoso contraste con la de la brigadiera; quizás fuera este el fundamento más sólido de su amistad.
Palabra del Dia
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