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Vestíme sobre todo lo más despacio que me fue posible, como se reconcilia al pie del suplicio el infeliz reo, que quisiera tener cien pecados más cometidos que contar para ganar tiempo: era citado á las dos, y entré en la sala á las dos y media.

Necesitaba engañarse á mismo para hablar con el entusiasmo de otros tiempos, y «la loca de la casa» ¡ay! parecía haber muerto. Un día, los alemanes, aburridos sin duda de repetir monótonamente los mismos procedimientos de intimidación quema de edificios, fusilamientos, trabajos forzados , pusieron en práctica un nuevo suplicio.

Era el castillo en el aire del pobre Mantoux, llamado Poca Suerte. La casa fue alquilada el 24 de septiembre, amueblada el 25 y ocupada el 26 por la mañana. Así se lo hicieron saber a don Diego. El conde pasaba un verdadero suplicio desde hacía tres días. Germana le contó la visita que había recibido.

El gitano bostezaba formidablemente, y esperaba la hora del suplicio con tanta impaciencia como el hombre que tiene mucho sueño y desea tenderse en su cama. Sin embargo, faltaban aún diez y siete horas. Los monjes cesaron de cantar, porque la voz se fatiga; el verdugo se levantó, porque la presión del pavimento sobre las rótulas es bastante dolorosa.

Fortunata se quedó en ayunas de toda esta cantinela, pero por no contrariarle, respondía que . «Lo que es por padecer no ha de quedar, porque toda mi vida ha sido un puro suplicio... Pero ahora no te ocupes más de eso». Doña Lupe miraba por el hueco de la puerta entornada.

Ya lo supongo contestó el Canciller abriendo los brazos; cerrándolos repetidas veces. ¡Oh, desgraciados, desgraciados! exclamaron en coro los Emperadores, Espartero y demás personajes. Y menos desgraciada yo añadió la dama, que encontré un protector y amigo en el valeroso y constante Migajas, que supo librarme del bárbaro suplicioPacorro se puso colorado hasta la raíz del pelo.

Me acordé que a aquella hora, casi todas las mañanas me respondía otra voz, que Magdalena se asomaba a la ventana y me saludaba; pensé en la emoción que me causaba aquella entrevista cuotidiana, antes sin encanto ni peligros y que luego se había convertido en verdadero suplicio, y entré, atrevidamente, casi contento como si algo que en había de temeroso y vigilado, tomara sus vacaciones.

Ya el prisionero se prepara para el suplicio, cuando oye un coro de ángeles que le anima, y poco después se presenta el difunto Lidoro, que le abre las puertas de la cárcel, y le anuncia que Dios le ha concedido la gracia de revestir de nuevo forma humana para proteger á su bienhechor y salvarlo del peligro.

Permaneció unos instantes suspenso; pero, ante la mirada fija, imperiosa del Duque, bajó la cabeza y se dispuso a cumplimentar la orden. Llamó al perro, le ató con una cadena, y tomando la carabina, salió de casa. ¡Qué ajeno iba el pobre animal de que le llevaban al suplicio!

De vez en cuando, el rostro lívido de aquél aparecía en la ventanilla, y sus ojos negros y hundidos paseaban una mirada angustiosa y feroz por la multitud; pero inmediatamente se dejaba caer hacia atrás, escuchando el incesante discurso del sacerdote. El cochero, enmascarado como un lúgubre fantasma, animaba al caballo con su látigo, conduciéndolo hacia el suplicio.