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Actualizado: 15 de junio de 2025
Ya suenan gratas músicas, que los indios de aquellas cercanías, colocados en los extremos del colgadizo, arrancan a sus instrumentos de cuerdas. Del jardín vienen los concurrentes; del cuarto de las señoras salen; Ana llega del brazo de Juan. «Juan, ¿quién ha sido? ¿para mí ese sillón de flores?». No la rodean mucho; se sabe que no deben hablarle. Y ¿Lucía que no viene?
Allá, en los cuarteles de París, echábamos de menos nuestros Alpilles azules y el silvestre olor del tomillo; ahora, aquí, en plena Provenza, nos falta el cuartel, y amamos todo cuanto nos lo hace recordar... Las ocho suenan en la aldea.
A lo mejor, el jefe de una legión nota el malestar de sus soldados. Se muestran melancólicos y pálidos, parece que sueñan despiertos, aspiran el aire como si les trajese perfumes y músicas. Esta epidemia militar es más frecuente en la primavera que en el resto del año. «Mañana, maniobras», ordena el jefe.
Era un príncipe encantado, creado completamente por mi imaginación de colegiala retrasada que pide demasiado a la vida, porque la ignora... Yo no tenía, sin embargo, esta excusa... Hoy, dispuesta a bajar la otra vertiente, me detengo un instante en la cima de la colina y no siento en mí ni cólera, ni amargura, ni pena, pues entre las piedras y las malezas he encontrado algo mejor que la florecita azul con que sueñan las jóvenes, he encontrado el reflejo de cielo que Dios pone en la mirada de los niños... Creo que había nacido para eso; no puedo guardar a usted rencor por haberme dado un sobrino que ha realizado todas sus promesas de usted y cumplido todas mis esperanzas.
Suenan gorjeos y suenan campanas. Desde la ciudad, carretera arriba, marcha un hombre gordo, bermejo y sudoroso, que luce, en el sol mañanero, una perilla de plata mate, como de aluminio. Síguenle otro hombre y un mozuelo, entrambos de blusón blanco, con sendas banastas sobre la testa.
En las calles inmediatas suenan nuevas orquestas allí donde hay un establecimiento público, café, hotel ó restorán, con un rótulo inglés en su puerta, para atraer á los héroes del momento: Dancing. Mira á la montaña que cierra el fondo de la plaza y guarda tumbas en su flanco. Luego mira á lo alto.... La tierra y el cielo ignoran nuestros dolores. Y la vida también. Monte-Carlo. Enero-Julio 1919.
Esta es la súplica que todo ser vivo, cada uno en su lengua, dirige á la madre Naturaleza. Del primero al último desean y sueñan con la seguridad; y esto no ofrece ningún género de duda al ver los ingeniosos esfuerzos que todos hacen por obtenerla.
Si a esas horas ha parecido ya algún periódico, me lo entra mi criado, después de haberlo hojeado él: tiendo la vista por encima; leo los partes, que se me figura siempre haberlos leído ya; todos me suenan a lo mismo, entra otro, lo cojo, y es la segunda edición del primero. Los periódicos son como los jóvenes de Madrid, no se diferencian sino en el nombre.
Nunca comprenderán los extraños de qué manera suenan para nosotros en el libro una porción de nombres de lugares y de personas, y qué fuentes tan escondidas van a buscar en el alma de aquellos para quienes el libro ha sido principalmente escrito, de aquellos cuyo aplauso desea Pereda más que otro alguno.
Llena aún mi fantasía de mi nocturno viaje, abro los ojos, y todos los trajes apiñados, todos los países me rodean en breve espacio: un chino, un marinero, un abate, un indio, un ruso, un griego, un romano, un escocés... ¡Cielos! ¿Qué es esto? ¿Ha sonado ya la trompeta final? ¿Se han congregado ya los hombres de todas las épocas y de todas las zonas de la tierra a la voz del Omnipotente en el valle de Josafat?... Poco a poco vuelvo en mí, y asustando a un turco y a una monja entre quienes estoy, exclamo con toda la filosofía de un hombre que no ha cenado, e imitando las expresiones de Asmodeo, que aún suenan en mis oídos: El mundo todo es máscaras: todo el año es Carnaval.
Palabra del Dia
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