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Actualizado: 13 de junio de 2025
Estaban en la zona peligrosa del Mediterráneo, donde los submarinos alemanes se mantenían á la espera de los convoyes franceses é ingleses que iban navegando al abrigo del litoral español. Los obstáculos de la costa sumergida eran para él la mejor defensa contra los invisibles ataques. Fué esfumándose á sus espaldas el promontorio Ferrario, hasta no ser mas que una sombra en el horizonte.
Cuando vió cómo el presidente de la gran República americana protestaba del torpedeamiento de los buques indefensos, de los crímenes de los submarinos, acabando por declarar la guerra al Imperio alemán, don Marcos afirmó con un balbuceo de confesión: Ese Wilson... ese Wilson es una persona decente. Para él, era imposible decir más.
No, no era un amigo recomendable... Pero ahora don Marcelo experimentaba un profundo trastorno en la apreciación de las ideas ajenas. ¡Había visto tanto!... Los procedimientos terroríficos de la invasión, la falta de escrúpulos de los jefes alemanes, la tranquilidad con que los submarinos echaban á pique buques pacíficos cargados de viajeros indefensos, las hazañas de los aviadores, que á dos mil metros de altura arrojaban bombas sobre las ciudades abiertas, destrozando mujeres y niños, le hacían recordar como sucesos sin importancia los atentados del terrorismo revolucionario que años antes provocaban su indignación.
Los corsarios alemanes se aproximaban á sus presas ostentando banderas neutras para engañarlas y que no huyesen. Los submarinos permanecían ocultos detrás de pacíficos veleros, para surgir de pronto junto á los vapores sin defensa. Los procedimientos más felones de los antiguos piratas habían sido resucitados por la flota germánica. El no temía á los submarinos.
Pero los asiáticos no abandonaban su apatía serena, despreciadora de la muerte. Sólo algunos miraban al mar con una curiosidad infantil, deseosos de conocer este nuevo juguete diabólico inventado por las razas superiores. En las cubiertas reservadas á los pasajeros de primera clase, la extrañeza resultaba tan grande como la inquietud. ¡Submarinos en el Mediterráneo!... ¿Pero es posible?...
Prefería quedarse donde estaba, sin dinero y feliz. ¡Que se vayan los otros! dijo con un egoísmo pueril . ¡Que se vaya Tòni!... Yo me quedo... debo quedarme. Cuando el capitán se marche, se marchará el tío Caragòl. Ulises enumeró los grandes peligros que iba á arrostrar el buque. Los submarinos alemanes lo acechaban con mortal predilección: sostendrían combates... serían torpedeados...
Cuando en América llevábamos cañones y fusiles á los revolucionarios, no nos preocupaba el uso que pudieran hacer de ellos. Tòni insistió en su negativa. No es lo mismo... No sé explicarme; pero no es lo mismo. Al cañón le puede contestar otro cañón. El que pega también recibe golpes... Pero ayudar á los submarinos es otra cosa. Atacan ocultos, sin peligro... y á mí no me gustan las traidorías.
Viaje bueno, pero hay que navegar pegados á la costa, siguiendo la curva de los golfos, sin atreverse á pasar de cabo á cabo por miedo á los submarinos... Yo he encontrado á un submarino. Ulises adivinó que las últimas palabras del patrón contenían el móvil que le había hecho aproximarse, venciendo su timidez.
De pronto, el timonel tenía que torcer el rumbo y pedir máquina atrás, viendo que se agrandaba en la obscuridad la silueta del buque anterior. Unos cuantos minutos de descuido, y entraba por su popa con un espolonazo mortal. Al amenguar la marcha, el capitán miraba inquieto á sus espaldas, temiendo chocar á su vez con el que le seguía en la fila. Todos pensaban en los submarinos invisibles.
De hora en hora eran recogidas y veíamos enredados en ellas toda clase de peces, de brillantes escamas, y extraños productos del mar, sorprendidos en las profundidades del agua o arrancados, revueltos con algas, a sus escondites submarinos.
Palabra del Dia
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