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Actualizado: 13 de junio de 2025
Algunos flotaron perdidos en el mar, pues los marineros, á la vista de uno de los aeroplanos femeniles, echaban al agua las embarcaciones menores, escapando del buque, que era para ellos un volcán próximo á hacer erupción. Los submarinos se apresuraron igualmente á ganar los puertos, vomitando toda su gente. Temían á los «rayos negros», capaces de buscarles en las mayores profundidades.
Baroja en nuestra tierra, donde poco o nada importante se inventa desde hace tiempo, pero donde no faltan propósitos y conatos de inventar máquinas que vuelen con dirección, barcos submarinos, proyectiles apestosos que basten a ahogar ejércitos enteros con sus mefíticos miasmas, y cuadratura del círculo, y movimiento continuo, y otra infinidad de primores.
El pobre muchacho, casi un niño, quería regresar por tierra, y él le había arrastrado á última hora, demostrándole las ventajas de un viaje por mar. ¿Quién podía imaginarse que los submarinos alemanes estaban en el Mediterráneo?... El comisionista insistió en su remordimiento. No podía olvidar á este adolescente que, por hacer el viaje en su compañía, había marchado al encuentro de la muerte.
Con la misma rapidez imaginativa del que va á morir ahogado en el mar y repasa vertiginosamente las escenas de su vida anterior, vió su infame existencia de Nápoles, la expedición en la goleta para avituallar á los submarinos, luego el torpedo que abría una brecha en el Californian... ¡Y este hombre era tal vez el que había hecho saltar por el aire á su pobre hijo hecho pedazos!...
Su mirada pareció apiadarse de la ignorancia del marino, que se atrevía á proponerle tales absurdos. Es imposible, Ulises... Llévame contigo. En el mar es donde puedo vivir más segura. Los submarinos no me dan miedo.
Si hubieran tenido buen tiempo, como en los días precedentes, habría sido mucho menor su inquietud, a pesar de hallarse en las cercanías de regiones peligrosísimas, tanto por los escollos y los bancos submarinos de que están sembrados sus mares, como por los pueblos salvajes y caníbales que moran en sus tierras.
Continuó el desembarque de combustible. Ferragut vió á Von Kramer introduciéndose por la capota abierta de uno de los submarinos. Luego creyó reconocer en el otro sumergible á dos marineros de los que habían tripulado la goleta, los cuales fueron recibidos con gritos y abrazos por sus camaradas, metiéndose á continuación por una escotilla tubular. La descarga duró hasta media tarde.
Era un pedazo de papel fino con el contorno dibujado del Mediterráneo. Todo el mar estaba cuadriculado como un tablero de ajedrez, y en el centro de las casillas había un número de orden. Estos cuadrados eran sectores, y sus números servían para hacer saber á los submarinos, por telegrafía sin hilo, los lugares donde podían aguardar á los buques aliados, torpedeándolos.
En un espacio grande como cuatro continentes, los pólipos, fortalecidos por el agua tibia, levantaban millares de atolones, islas anilladas, bancos y arrecifes, pilares submarinos, terror de la navegación, que, al ligarse entre sí con un trabajo milenario, iban á crear una nueva tierra, un continente de recambio, por si la especie humana perdía en un cataclismo su zócalo actual.
Allí había estado reflexionando una noche de tormenta, la misma en que se presentó como cortejante en casa de Margalida. La tarde era serena, el mar tenía un intenso color de extraordinaria y profunda transparencia. Los fondos de arena reflejábanse como manchas lácteas; los peñones submarinos y sus obscuras vegetaciones parecían temblar con un rebullicio de vida misteriosa.
Palabra del Dia
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