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Actualizado: 15 de mayo de 2025
Su naturaleza rústica y perezosa fue despertando, y al cabo se rindió. Se rindió, aturdida por aquella huida de la casa paterna, conmovida por las súplicas y los halagos tiernos del joven cortesano, embriagada por el aroma fresco del heno y el vaho espeso y caliente que subía del establo por los agujeros abiertos sobre el pesebre.
Los criados de la casa, viéndole tan pequeño y tan feo, le hacían mil burlas; más uno de ello, que era algo compasivo, le daba golosinas. Una mañana muy fría, el cocinero, ya fuese por lástima, ya por maldad, le dio á beber de un vino áspero y picón como demonios. El granuja sintió dulcísimo calor en todo el cuerpo, y un vapor ardiente que á la cabeza le subía.
Subía el príncipe la escalera para ocultarse en sus habitaciones altas, cuando le alcanzó el coronel; y antes de que éste le hablase, lo interpeló con violencia. No quería ver á la enfermera... Que pasease con sus ingleses por todos los jardines: podía disponer de ellos como si fuesen de su propiedad; pero que le dejase tranquilo.
María Teresa se estremeció, pero no pudo responder porque la señora Aubry que subía detrás de ellos, los alcanzó para decirle a Juan: ¿Quieres velar también esta noche, hijo mío? No, esta noche le corresponde a Jaime... Voy solamente a ver si mi querido señor no me necesita respondió Juan sencillamente y si Jaime no se ha dormido.
Un sacudimiento semejante al que produce una corriente eléctrica le hizo ponerse en pie vivamente. El corazón le latía con tal fuerza que se llevó las manos al pecho. Una emoción grande, intensa subía de él hasta la garganta y se la apretaba. Sentíase inundado de una extraña alegría. Comenzó a pasear por el corredor, presa de un desasosiego tan dulce que le hacía daño.
Y por la vez primera, después de tanto tiempo, sintió dentro de la cabeza aquel estallido que le parecía siempre voz sobrenatural, sintió en sus entrañas aquella ascensión de la ternura que subía hasta la garganta y producía un amago de estrangulación deliciosa.... Salieron lágrimas a los ojos, y sin pensar más, Ana entró en la capilla obscura donde tantas veces el Magistral le había hablado del cielo y del amor de las almas.
De tarde en tarde subía el zanjón y los caminantes subían con él. Bastaba un pequeño esfuerzo para ver por encima de los montones de tierra. Pero lo que veían eran campos incultos, alambrados con postes en cruz, el mismo aspecto de llanura que descansa, falta de habitantes.
Pensó no ver nada y vio algo que de pronto le impresionó, una mujer bonita, joven, alta... Parecía estar en acecho, movida de una curiosidad semejante a la de Santa Cruz, deseando saber quién demonios subía a tales horas por aquella endiablada escalera.
Un escalofrío de entusiasmo subía por su espalda. Se le humedecieron los ojos, y al beberse el champañ creyó haber tragado algunas lágrimas.
Mientras que la señora de Raynal, muy atareada, subía de la cueva al desván, visitaba el jardinillo y la casa, tan modestos el uno como la otra, empujando los muebles, revolviendo los armarios, vaciando los baúles, registrando los paquetes, lamentándose por la pérdida presumida de algún chisme heteróclito, más sentido cuanto menos valía; mientras aturdía a la zafia criada que abría unos ojos y unas orejas tamaños ante aquel desembalaje de objetos desconocidos y de nombres raros, como samowar, checchia, etcétera.
Palabra del Dia
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