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Actualizado: 15 de junio de 2025


El sonido se le escapaba, como si el mundo todo con su bulla y las palabras de los hombres se hubieran ido más lejos. Fortunata tenía que gritar para que él se enterase de lo que decía. A lo penoso de esta situación uníase lo que tiene de ridículo. Verdad que aún andaba al paso de costumbre; pero el cansancio era mayor que antes, y cuando subía escaleras, el aliento le faltaba.

, señor; pero en el piso principal no hay habitacion desocupada. Suban ustedes, vean ustedes el cuarto, y luego podrán resolver. Antes subia maquinalmente; ahora subia por amabilidad; pero un hombre no debe ser amable: el hombre no debe robar ese secreto á la mujer.

3 Y subía aquel varón todos los años de su ciudad, a adorar y sacrificar al SE

En la panera dormía Ramona, aldeana, y cerca de su lecho de madera pintada de azul y rojo, que rechinaba a cada movimiento del jergón, yacía la cosecha de maíz de su casería, en montón deleznable que subía al techo. Allí fue la batalla.

Eran a modo de una marea montante de huesos que subía y subía hasta alcanzar la cumbre de las más altas montañas y tocar las nubes. Jaime empezaba a ahogarse en esta inundación blanca, dura y crujiente. Gravitaban sobre su pecho con la pesadez de las cosas muertas... Iba a perecer.

Y tendía su puño amenazador hacia un punto del horizonte, precisamente el opuesto al lugar donde emergía el periscopio. Vió Ferragut en el redondel azul de las lentes cómo este tubo subía y subía, engrosándose.

Es verdad dijo Jaime, realmente avergonzado de su olvido. El Capellanet, que saboreaba orgulloso el éxito de estos consejos, tuvo un sobresalto al mirar por el hueco de la puerta. ¡El pare!... Pep subía la cuesta lentamente, con los brazos atrás y el aspecto meditabundo. El muchacho se alarmó al verle. Indudablemente, venía malhumorado por las recientes noticias: no le convenía encontrarse con él.

Cuando el Duque, levantando un instante los párpados para mirarla, hacía una ligera señal de aprobación, el gozo le subía en forma de carmín a las mejillas. En aquel momento despreciaba de buena fe, con todas las veras de su alma, al mundo cursi en que la suerte la había hecho nacer y vivir.

Sus ojuelos sagaces, lacrimosos, gatunos, irradiaban la desconfianza y la malicia. Su nariz estaba reducida a una bolita roja, que bajaba y subía al mover de labios y lengua en su charla vertiginosa.

Una corriente de aire frío, que subía del abismo, era lo único que les reveló el peligro. Las cumbres y desfiladeros de los alrededores estaban envueltos en tinieblas.

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