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Actualizado: 22 de junio de 2025


Escuché otra, vez; hubiera dado cuanto poseía por oír la voz de Sarto, porque me sentía débil, casi exánime y el bribón de Ruperto seguía suelto por el castillo. Pero comprendiendo que me sería más fácil defender la estrecha puerta situada en la parte superior de la escalera que la muy ancha que daba entrada a las celdas, subí los escalones casi arrastrándome y me detuve detrás de la puerta.

¡Con tal que halle la escalera! pensé, porque la tapia era alta y estaba erizada de púas. , allí estaba y subí por ella en un abrir y cerrar de ojos. Me incliné sobre el muro y vi los caballos. Cerca de ellos un tiro. Era Sarto, que habiendo oído los disparos en el jardín se desesperaba por abrir la puertecilla y al fin la emprendía a tiros con la cerradura.

Subí lo que me faltaba, púseme junto a Chisco y miré... Tenía razón el espolique: era mucha la tierra que había que pisar por aquel lado. ¡Pero qué tierra, divino Dios!

Partí como una exhalación á la taberna, compré un pan y un buen pedazo de queso, y subí dando brincos y trepando como un corzo al sitio donde estaba.

Subí por una cuerda y llegué al cadáver. Al estar junto a él me estremecí; una cosa saltó sobre mis hombros. Era la mona Mari-Zancos, acurrucada en los hombros del ahorcado.

Y así, no tan maduro como presuroso, fuí donde estaba el caballo, y subí en él sin poner el pie en el estribo, pues no le tenía, y arremetí con él, sin que el freno fuese parte para detenerle, y llegué a la punta de una peña que sobre la mar pendía, y, apretándole de nuevo las piernas, con tan mal grado suyo como gusto mío, le hice volar por el aire y dar con entrambos en la profundidad del mar; y en la mitad del vuelo me acordé que, pues el mar estaba helado, me había de hacer pedazos con el golpe, y tuve mi muerte y la suya por cierta.

No si habrá notado lo que yo, amigo Ojeda; pero apenas subí a este trasatlántico me fijé en una particularidad, tal vez por mi desconocimiento de la navegación actual y por la costumbre de ver barcos antiguos en los libros. En otros tiempos, cuando se navegaba batallando, el hombre colocó torres en los dos extremos de la nave y quedaron establecidos los castillos de proa y de popa.

El diablo son las mujeres... empezó a decir, cuándo se oyó la gran campana del castillo que tocaba a rebato, y fuertes gritos que parecían salir del foso. Ruperto volvió a sonreírse y me hizo un saludo de despedida con la mano. Mucho hubiera deseado habérmelas con usted dijo, pero la cosa se pone fea; y desapareció de mi vista. En un instante, sin pensar en el peligro, subí por la cuerda.

Subí penosamente mis seis pisos y tomé, temblando de emoción, mi bienhechora garrafa, cuyo contenido bebí poco á poco; después encendí el cigarro de mi amigo, y miréme al espejo dirigiéndome una sonrisa animadora. En seguida volví á salir, convencido de que el movimiento físico y las distracciones de la calle me eran saludables.

Nos esperaban guardias y lacayos formados en largas hileras; y dando la mano a la Princesa subí con ella la gran escalera del regio edificio, morada de mis antepasados, de la cual tomé posesión como Rey coronado. Me senté después a mi propia mesa, teniendo a mi derecha a la Princesa, al otro lado de ésta a Miguel el Negro y a mi izquierda al venerable cardenal.

Palabra del Dia

rigoleto

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