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Actualizado: 25 de mayo de 2025


El choque de sus espadas, en la pelea, hace venir á Manfredo. Flor es sorprendida junto al cadáver ensangrentado, y, en este apuro y para salvar su honor, declara que ella misma le ha dado muerte por defender su honra.

Acarició con mirada curiosa la habitación, elegante y alegre, y miró a Salvador, fascinada, muy, sorprendida.... Venía del país del sueño y del olvido.

Mirome él con profunda lástima, y me preguntó con el mayor interés, cómo me había pasado aquel accidente. ¿Accidente? exclamé sorprendida. Tienes la frente amoratada, mi pequeña Reina. La tonta habrá subido a algún árbol o a alguna escalera observó mi tía. , a una escalera respondí, es verdad. ¡Pobrecita! exclamó el cura desolado, y ¿caíste de boca? Yo hice una inclinación afirmativa.

El viejo se encogió de hombros. No contestó . El jefe de orden público leyó tres o cuatro y se las guardó con una risita que me dio mala espina. ¿Pero dónde estaban? En aquella arquita antigua que está en el gabinete de la señora condesa... Es un cajoncito con secreto. ¿En el secrétaire del boudoir? dijo Currita aún más sorprendida . ¡Pero si allí no había nada!... A ver, venga usted conmigo.

Debemos estar prevenidos... Le diré que venga a ver a usted... Es persona de confianza, y ya sabe él que no tiene que decir nada al amigo Rubín». Lo que tenía a Fortunata muy sorprendida y maravillada era el interés que mostraba hacia ella, según le dijo el regente, la viuda de Jáuregui.

El mismo Tío Engarza Credos les informó de que en una casa de la calle de Belén había sido sorprendida una junta carlista y presos todos los que la formaban.

A la verdad, señor, que si para justificar vuestro desprecio por nuestro afecto no tenéis más motivos que ese recuerdo de vuestra juventud... ¡Oh, tengo otros! dijo el señor de Lerne. Pronunció esas palabras con un tono tan singular que Juana lo miró, y sorprendida quedó de la expresión casi dolorosa que repentinamente había contraído su frente y sus labios.

¡Cuán sorprendida no quedaría ésta al reconocer en el hombre que le acababa de dar el susto al propio Conde de Alhedín, quien la saludaba cortésmente y le pedía por señas humilde perdón de aquella imprescindible irreverencia!

El médico balbuceó algunas palabras y se despidió, porque le aguardaba su enfermo. El general se sentó tranquilamente en su cómodo sillón; Enrique, con la sonrisa en los labios, permaneció de pie junto a la chimenea; la Vizcondesa, entre sorprendida e indignada, quería hablar y no se atrevía a hacerlo.

Quedó sorprendida al verme y se apagó súbitamente la sonrisa que contraía sus labios. Sin duda por aquella puerta no entraban las visitas, y sólo las mandaderas del convento o alguno de sus dependientes. Y vino la pregunta consabida. ¿Qué se le ofrecía a usted? ¿Se puede ver a don Sabino? Tuve que repetirlo otra vez.

Palabra del Dia

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