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-Eso no -dijo Sancho-; vuesa merced se esté quedo; si no, por Dios verdadero que nos han de oír los sordos. Los azotes a que yo me obligué han de ser voluntarios, y no por fuerza, y ahora no tengo gana de azotarme; basta que doy a vuesa merced mi palabra de vapularme y mosquearme cuando en voluntad me viniere.

Sus criados no vieron nada de extraordinario y su imprudente paso quedó ignorado de su marido. Hacia las cinco de la mañana acababa de adormecerse, quebrantada por el cansancio y las emociones, cuando la despertó un ruido que se sentía arriba de su cabeza. Sentía pasos y roces sordos, sobre el piso; comprendió que su marido procedía anticipadamente a los preparativos del viaje.

Pero en medio de este caos, en que más y más se embrollaban sus ideas, oyó no ya rumores sordos y fantásticos, cual tambores lejanos, como le habían parecido los latidos precipitados de sus arterias, sino un ruido claro y distinto, y que con ningún otro podía confundirse: el canto de un gallo.

Mi compañera y yo no hemos podido sacudir todavía la inevitable ofuscacion de las primeras impresiones, y estamos como sordos, y nos miramos con cierta expresion alelada. ¡Qué ruido! ¡Qué tropel! ¡Qué infierno! Madrid no es más que un barrio de esta confusa y turbulenta Babilonia; no es más que un lienzo de este interminable panorama de sombras chinescas.

El viento pasa estremeciéndose por los tilos; aquí y allí brilla tristemente una luz que parece alumbrar secretos dolores. Por el camino avanza un hombre ebrio que exhala sordos gruñidos y quiere atacarme. En torno mío las tinieblas, la miseria y la rudeza; en mi alma el remordimiento y una pasión que jamás se saciará, he ahí lo que me reservaba el porvenir.

¡Jacinta! ¿Qué me cuentas?... Estas cosas no son para bromas dijo Santa Cruz con tal alborozo, que su mujer tuvo que meterle en cintura. Eh, formalidad. Si te destapas me callo. bromeas... Pues si fuera eso verdad, no lo habrías cantado poco... ¡con las ganitas que tienes! Ya se lo habrías dicho hasta a los sordos. Pero di, ¿y mamá lo sabe? No, no lo sabe nadie todavía.

4 Decid a los medrosos de corazón: Confortaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con venganza, con pago, el mismo Dios vendrá, y os salvará. 5 Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos; y los oídos de los sordos se abrirán. 9 No habrá allí león, ni bestia fiera subirá por él, ni allí se hallará; para que puedan caminar los redimidos.

Para él, quien llegaba a la silla de Toledo era un hombre perfecto, cuyos actos no se podían discutir, y hacía oídos sordos a las murmuraciones de canónigos y beneficiados, los cuales, fumando un cigarrillo en el cenador de su jardín, hablaban-de las genialidades de aquel señor de Inguanzo, indignado contra el gobierno de Fernando VII porque no era bastante «neto» y por miedo a los extranjeros no osaba restablecer el saludable Tribunal de la Inquisición.

Nos hubieran oído los sordos. Yo hubiera tenido un lance con mi rival. Pero ¿contra Dios qué he de hacer? Don Casimiro se consolaba algo con la imposibilidad de tener un lance con Dios, y hasta con la obligación piadosa en que se veía de resignarse. Su encono contra Doña Blanca y contra Clarita no se mitigaba, á pesar de todo.

Una espuma burbujeante asomó a las comisuras de los labios, con sordos rugidos. El cuerpo se contraía y dilataba, doblándose como un arco, mientras la cabeza y los pies se hundían en las desordenadas ropas del lecho. Isidro corría como un loco por la habitación. Después abrió la ventana. ¡Socorro!...-gritó . ¡Teodora!... ¡señora Teodora! Nadie le oía.