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Sin embargo, cuando ya me iba, me llamó y murmuró: Te quiero mucho, hermanita. La noche de ese mismo día noté en cierto momento que parecía sonreírse interiormente. Papá también lo notó, porque aquello no era usual, y, tomándole la cabeza con las manos, le dijo: ¿Qué te ha ocurrido, Martita? ¡Estás hoy fresca como una flor!

La noble pareja manifestó su admiración ante aquel prodigio de fuerza, mientras Tristán se limpiaba el barro de las manos, sin dejar de sonreirse bonachonamente. Esos brazos suyos me han rodeado una vez las costillas, dijo Simón, y todavía me parece oirlas crujir.

Explíquese usted estos arrechuchos de la vida, o estos misterios del corazón humano, como diría Aljófar, que, aunque desdentado y ronco, todavía canta y engulle.» Y volvía a sonreírse, y continuaba haciendo cálculos y sumando guarismos. En eso se entretenía y casi del mismo modo pensaba la mañana siguiente al día en que ocurrió lo que se refiere en el capítulo anterior.

Don Adrián y su hijo, respondió Nieves con la mayor tranquilidad. Bermúdez se quedó lo que se llama cortado; amagó una respuesta evasiva, y lo puso peor. Su hija no pudo menos de sonreírse al verle tan apurado, y le dijo muy templada: Mejor pago merecían de ti: créeme. Esto ocurría al irse cada cual a su agujero después de la sobremesa.

Madrid, Sevilla, Barcelona... París, la capital que usted quiera, ¿pasa de ser una jaula más o menos grande, mejor o peor fabricada, en la cual viven los hombres amontonados, sin espacio en qué moverse ni aire puro que respirar?... ¡Ocupaciones!... ¡La ocupación del negocio, la ocupación del café, la ocupación del paseo, la ocupación de la calle, la ocupación del Casino, o del teatro, o de la Bolsa...! Yo no digo que algunas de estas ocupaciones y otras muchas de los mundanos no sean útiles y necesarias para los fines de la vida, de lo que se llama vida de los pueblos y de las naciones; pero niego que, con excepciones muy contadas, sea cómodo, vario y entretenido nada de ello para la vida espiritual en naturalezas como la mía y otras muchas... incluso la de usted añadió, volviendo a sonreírse, si tuviera yo la fortuna de hacerle percibir la infinita variedad de encantos y de aspectos que se encierra y se contiene en esto que, a las primeras ojeadas de un profano, sólo parece un hacinamiento enorme de peñascos y bardales.

Oyome inalterable don Baltasar de Peralta, sonriose como hubiera podido sonreírse un demonio, y díjome saliendo de mi estrado: ¡Vive Dios, que o habéis de ser mía, o tanto haré, que habéis de soñar conmigo como si soñarais con el diablo!

Incorporóse lentamente y contempló á Roger, que no tardó en abrir los ojos y en sonreirse complacido al escuchar los elogios que todos á porfía le prodigaban. Os estoy muy reconocido, señor mío, díjole Tránter, con no muy amistoso acento. Sin vos hubiera perecido en el río, porque soy natural de las montañas de Varén, donde se cuentan muy pocos que sepan nadar.

No menos complacido que el arquero quedó Tristán, pero se limitó á abrir la bocaza y entornar los ojos, que era su manera de sonreirse, procurando con ambas manos ponerse el casco de Simón sobre la enorme melena roja. ¿Vienes á quedarte con nosotros, petit? preguntó el veterano, dando golpecitos en la espalda de Roger.

Y después de estas mutuas explicaciones quedaron los dos en silencio, mirándose indecisos, no sabiendo qué decir, pero sin dejar de sonreirse. ¡ haciendo tu cama! dijo él para romper el penoso mutismo. Ya lo ves. Esto resulta algo diferente de mi dormitorio de París. Tampoco es mi «estudio» que conociste. ¡Los tiempos nuevos! Miguel movió la cabeza con grave asentimiento.

Esta falta de cultura literaria y filosófica que en Zola se advierte, y de que tanto provecho han sacado sus adversarios, sin llegar por eso a obscurecer la genial perspicacia con que juzga de las obras en particular, explica la flaqueza de sus teorías, los pésimos argumentos con que las explana y defiende, el aparato con que presenta como descubrimientos y novedades las máximas de crítica más triviales y manoseadas, y las fórmulas absurdas que da a algunos pensamientos, por otra parte muy razonables. ¿Quién no ha de sonreírse del candor mezclado de soberbia con que confunde a cada paso los términos de la ciencia y los del arte? ¿Quién podrá sufrir que, por todo sistema de estética, se nos un trozo de la Introducción de Claudio Bernard al estudio de la medicina experimental? ¿Ni cómo llevar con paciencia el que unas veces se asimile el arte con una estadística y otras con una clínica, y se le , por única misión, el recoger y coordinar documentos humanos?