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Actualizado: 16 de junio de 2025
Siguieron marchando en silencio los expedicionarios hasta llegar a la terraza, donde comenzaba la bóveda, y allí respiraron libremente. En medio del paisaje vieron a los contrabandistas Brenn, Pfeifer y Toubac, con sus amplias capas grises y sus sombreros de fieltro negro, sentados alrededor de una hoguera que se extendía a lo largo de la peña. Marcos Divès les dijo: ¡Aquí estamos!
Salvatierra se fijó en las caras de aquellas gentes que le miraban con curiosidad, suspendiendo por un instante su comida, manteniendo inmóviles las manos con la cuchara en alto. Bajo los sombreros deformes sólo se veían carátulas de miseria, máscaras de sufrimiento y de hambre. Los jóvenes tenían la frescura vigorosa de los pocos años.
Eché una mirada a mi alrededor... Una bujía solitaria ardía sobre una consola, en la que se veían cepillos, peines, alfileres para los cabellos; colgaban a lo largo de las paredes mantas, sombreros... ¡Ah! aquel era el tocador de las damas. Y poco a poco fui comprendiendo lo que había pasado.
Capas negras y pardas, sombreros de copa alta absurdos, horrorosos... todo triste, todo negro, todo desmañado, sin expresión... frío... hasta D. Álvaro parecíale entonces mezclado con la prosa común. ¡Cuánto más le hubiera admirado con el ferreruelo, la gorra y el jubón y el calzón de punto de Perales!... Desde aquel momento vistió a su adorador con los arreos del cómico, y a este en cuanto volvió a la escena le dio el gesto y las facciones de Mesía, sin quitarle el propio andar, la voz dulce y melódica y demás cualidades artísticas.
En Londres conoció a una inglesa joven, enferma, que, movida como él por el ardor de la propaganda revolucionaria, iba de la mañana a la noche por los paseos y los alrededores de los talleres repartiendo folletos y hojas impresas que guardaba en una caja de sombreros siempre pendiente de su brazo. Lucy fue al poco tiempo la compañera de Gabriel.
Detrás de esta máquina, clavados en pie sobre una tabla, y asidos á pesadas borlas, iban dos grandes levitones que, en unión de dos enormes sombreros, servían para patentizar la presencia de dos graves lacayos, figuras simbólicas de la etiqueta, sin alma, sin movimientos y sin vida.
Santa Bárbara es el centro del comercio de sombreros de esta última república, y el precio de cada sombrero varía desde dos hasta veinticinco dólares. A la toquilla se le ha puesto el sobrenombre de junco, pero la planta se somete al mismo tratamiento que en el Ecuador, por más que algunas veces es tratada con humo de azufre para producir una paja más blanca.
Corrieron los polizontes, llevándose presos por un lado a dos mozos que se lamentaban de haber perdido sombreros y bastones, mientras por otro eran conducidos a una farmacia varios «nazarenos» sin capucha, que se llevaban las manos a la cabeza con ademán doloroso.
Una multitud de hombres barbudos, vestidos con trajes obscuros y sombreros de copa alta, casi puntiaguda, de color gris, mezclados con mujeres unas con caperuzas y otras con la cabeza descubierta, se hallaba congregada frente á un edificio de madera cuya pesada puerta de roble estaba tachonada con puntas de hierro.
Con esto, la buena anciana se levantó y guardó en una alacena el plato que Dolores había servido al lego, diciéndole: Aquí se lo guardo a usted para mañana, hermano Gabriel. Concluida la cena dieron gracias, quitándose los hombres los sombreros que siempre conservan puestos dentro de casa. Después del padrenuestro, dijo la tía María: Bendito sea el Señor, que nos da de comer sin merecerlo. Amén.
Palabra del Dia
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