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Actualizado: 22 de mayo de 2025


Se escribieron dos cartas secas y no hubo más relaciones. Si viviera mi padre pensaba Ozores de fijo perdonaba este matrimonio desigual. ¡Si viviera padre, moriría del disgusto! decían las solteronas implacables. Toda la nobleza vetustense aprobaba la conducta de aquellas señoritas, que vieron un castigo de Dios en el desgraciado puerperio de la modista italiana, su cuñada indigna.

¡Solterona!... Pues bien, acepto el augurio... 20 de octubre. Con gran desesperación de la abuela, Genoveva me envió al día siguiente los libros prometidos y desde entonces los leo y los devoro. Aunque la abuela dice que estoy ridícula con mis solteronas, la verdad es que las encuentro un serio interés. Mis estudios me deleitan y los continúo.

Es lo que yo pensaba. Me ha satisfecho, sin embargo, oírselo repetir a una mujer que ha tenido ciertamente algo de ese género que reprochar a su marido. Aunque se suponga lo contrario, la experiencia de los demás nos aprovecha siempre un poco. Con la de Ribert he reanudado mis averiguaciones relativas a las solteronas.

Querida abuela respondí, apoyando la cabeza en su hombro, si esas aborrecidas solteronas fuesen la causa de mi felicidad, ¿las detestarías?... No, hija mía dijo la abuela enternecida. Tu dicha es mi única preocupación... de modo que crees... balbucí confusa, , creo... ¿Ya no eres opuesta al matrimonio? Muy poquito ya... casi nada.

Hoy han cambiado mis ideas. Con mis pretensiones al estudio de mis semejantes, mis alas se desarrollan y se ensanchan y pido conocer el mundo, la vida, las solteronas... y qué yo cuántas cosas... En una palabra, la abuela está un poco asustada al ver tal actividad intelectual. Espero, Magdalena, que no te vas a volver una cerebral gime aterrada.

Qué alma de artista murmuré in petto; y después, armándome de valor, me atreví a hablarles de mis estudios sobre las solteronas. Francisca aprovechó la ocasión para lanzar gritos de horror, que Petra imitó a la sordina. Envalentonada por la mirada de aprobación de Genoveva, conté mis descubrimientos sobre el origen de las solteronas y les dije que en los pueblos polígamos no las había.

Copio textualmente esta obra maestra que la abuela me ha traído como dato para mis estudios sobre las solteronas; pues se trata de una carta de Celestina al cura, la carta que tanta curiosidad me había inspirado. Corrijo las faltas de ortografía, para facilitar su lectura. Celestina Robert al señor cura de San Aprúnculo. «Aiglemont 15 de noviembre de 1903.

Se cuenta el número de sus sombreros y se espía el color de sus corbatas. A esto hay que añadir que el espíritu infantil de Francisca le atrae numerosas enemistades. En un país de solteronas como el nuestro, Francisca lleva la imprudencia hasta burlarse continuamente de ellas.

Si ahora te interesan menos las solteronas dijo la abuela con fina sonrisa, no por eso debes tomar ese aspecto despegado... Hace más de cinco meses nos estás fastidiando con tus solteronas... ¡Dios mío! qué disgustos me has dado... En fin, ya pasó... ¿Qué es lo que ha pasado? pregunté fingiendo no comprender el pensamiento de la abuela.

Esto hace saltar algunas veces a la abuela, pero como mi amiga ostenta una vocación por el matrimonio muy caracterizada, la abuela tiene por ella alguna indulgencia en consideración de sus buenas disposiciones. No comprendo la antipatía de Francisca por este pobre Aiglemont. Nunca pierde la ocasión de embestir a la población de las solteronas, como ella la llama.

Palabra del Dia

bagani

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