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Actualizado: 8 de noviembre de 2025


Lo diré en mi próxima crónica. ¿No le parece a usted mal que me sirva de sus opiniones? De ningún modo, porque a no me sirven para nada. Siguieron paseando, pero al alejarse un poco, un centinela les dió el alto y volvieron a la plaza. Se hallaba ésta solitaria. Dieron varias vueltas y un sereno les saludó y les dijo: ¿Qué hacen ustedes aquí? ¿No se puede pasear? preguntó Zalacaín.

Llena, pues, de temores, aunque con tan pleno convencimiento de su derecho, que no le parecía desigual la lucha entre el público de una parte y una mujer solitaria de la otra, Ester se puso en marcha saliendo de su cabaña acompañada, como era de esperarse, de Perla.

Pero siempre que le encontrábamos nos saludaba optimista y sonriente, con un gesto de clásico caballero español. Vaya usted a mi casa cuando guste. Vivo en un hotelito en el campo. ¡Hay allí una gran paz que invita a escribir! Y el mísero vivía en una choza solitaria, perdida en un barranco de las afueras de Madrid.

Nanín era el mismo niño grande, un poco más grande, un poco más moreno. Su mamá le había tenido cerrado aquellos dos años en una finca enorme, solitaria, de la provincia de Badajoz, sin salir más que una que otra vez a la capital en tiempo de ferias o cuando algún negocio lo requería.

En la cumbre del Zenete, que está mirando á la Alhambra y á las dos torres Bermejas, y á la Vega, que se ensancha al Poniente, con sus rios, que, como cintas de plata, relucen entre la bruma de la noche solitaria por la luna esclarecida, se eleva la torre blanca, con sus bellos azulejos y sus ricas ajaracas, de la famosa mezquita donde el sepulcro se guarda en que el cuerpo se venera del santon Sydi Ben-Dara.

La madre adoptiva alimentaba ella misma ese culto filial. ¿Cómo podía estar celosa? ¿Podía envidiar, teniendo ella la mejor parte, los pensamientos que se deslizaban de su altar florido hasta la tumba solitaria, pobre contribución de un alma en la que ella reinaba sin rival? ¡La tía Liette! Esto lo decía y lo contenía todo, abnegación infinita de un lado, agradecimiento infinito del otro.

Muchas veces, Jaime, siendo niño, se había asomado para contemplarse allá abajo, en la pupila circular y luminosa de sus aguas dormidas. La calle estaba solitaria. Al final de ella, junto, a las tapias del jardín de los Febrer, veíase la muralla de la ciudad, y abierto en esta muralla un portalón con barrotes de madera en su arco, iguales a los dientes de una boca enorme de pescado.

Leonora le había citado allí, en el refugio predilecto de los artistas, que aislado de la circulación, ocupa todo un lado de una plaza solitaria, señorial y tranquila, sin más ruidos que los gritos de los cocheros de alquiler y las patadas de los caballos. Había llegado en el primer tren de la mañana, sin equipaje alguno, como un colegial que se fuga con solo lo puesto.

Y como no llegaba ninguna queja, don Roque se abstenía de averiguar la lejana procedencia de aquellos animales. Luego huían de pronto los compañeros de Manos Duras, y éste continuaba su vida solitaria, ó desaparecía igualmente de su rancho por algún tiempo, con gran satisfacción del comisario.

Ya había presentido ella en su solitaria tribuna que todo eran mentiras, convencionalismos, frases hechas; que el único que hablaba allí con la firmeza de la virtud, era aquel viejecito, al que contemplaba con veneración por haber sido de los ídolos de su padre. Rafael se sentía avergonzado.

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