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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Sí, el cura y dos amigos de mi padre. Nos instalamos en el salón en espera de nuestros invitados y pronto apareció mi tío acompañado del comandante de Couprat, al que me presentó. ¡Dios mío, qué aspecto tan simpático, el del comandante! Sus ojos eran límpidos como los de un niño y sus cabellos y bigotes blancos como nieve.
Pronto fondeamos frente al puerto de La Guayra, pequeña ciudad recostada sobre los últimos tramos de la montaña y que, a lo lejos, con sus cocoteros y palmas variadas, presenta un aspecto simpático a la mirada. Allí nos despedíamos de aquellos que habían concluido su viaje, cuando un viejo amigo de Buenos Aires, el Dr.
Raimundo le envió un saludo tan respetuoso y una sonrisa tan inocente, que la hermosa dama se sintió halagada. No pudo ocultarse que aquel joven tenía singular dulzura en los ojos, que le hacía muy simpático, y que su conversación, si no repleta de donaires, revelaba firmeza de entendimiento y un espíritu culto.
Sólo oyendo a Allen se sentía uno desgraciado, como si el mar, el viento, la soledad y la niebla se echaran sobre uno y lo acogotaran. El español don José era simpático y formaba en el partido de los holandeses. Era generoso, hidalgo, hombre de palabra; no tenía más defecto que el de ser ladrón. Decía que nada era comparable con la emoción de robar.
Como era modestísimo, no esperaba hacer algo que, dado al público, fuese de gran utilidad, y sin embargo escribía una obra extensa de la que no levantaba mano. Era una apología o nueva defensa del Cristianismo contra los ataques de los más flamantes filosóficos panteístas, positivistas y materialistas. El singular y simpático candor del Padre se revelaba en cada frase de este notable escrito.
Clementina le arrastraba sujeto a su carro, le exhibía en todos los salones sin desdeñarse de él. Porque nuestro joven, de figura delicada y elegante, de carácter apacible y clara inteligencia, se hacía simpático dondequiera que entraba. A nadie le importaba gran cosa si era rico o pobre, noble o plebeyo. Aurelia le acompañaba algunas veces, pero siempre contra su gusto.
Che, Maltrana; venga para acá, galleguito simpático... Tome uno de hoja. Y le entregó un cigarro enorme, al mismo tiempo que añadía en voz baja: Siéntese, amigo, y conversemos... Diga qué le pareció esta fiesta de los gringos. ¡Qué pavada! ¿no?... Ojeda salió a la cubierta.
Según doña Beatriz, todo el papel de Inesita en la noche siguiente debía limitarse a decir con los ojos, por estilo vago y claro sin embargo, con tal arte que pareciese la frase irreflexiva y espontánea, con impecable pureza y sencillez de intención y sin prometer nada que pasase de amistad: «Me es usted simpático, aunque deploro que sea usted un tanto cuanto fatuo.
A la vista de ese hijo suyo que tanto se le parecía y que le había sido tan simpático desde los primeros momentos, sentía como una especie de admirado amor y se decía a sí mismo que no podría consolarse jamás de haberle tan pronto perdido. Avanzó lentamente hacia la alcaldía, buscando a Simón Princetot entre los campesinos allí reunidos y sintiéndose hondamente disgustado al no verle.
Y, sin embargo, ¡qué corrupción la de los tiempos que corren! como decían las benditas madres que me han educado. ¡Qué perversa condición tenemos las mujeres! ¿Quiere usted creer que a pesar de todo, me es usted muy simpático y me hace muchísima gracia? Lo que no apruebo, es que tenga usted tan estrafalarias ocurrencias.
Palabra del Dia
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