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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Mónaco parece conquistado por las tropas de la gran República; una conquista bonachona y simpática, que hace sonreir á los sometidos. Lo mismo Niza y toda la Costa Azul. El príncipe recuerda su breve permanencia en París pocos días antes.
A usted deben quererla todos los que la traten... Al menos por lo que a mí se refiere, hace poco tiempo que la conozco y ya se me figura que la quiero... Después de decir esto comprendí que era algo descomedido y quedé confuso. Traté de atenuarlo siguiendo: Tiene usted un carácter abierto, campechano, que la hace muy simpática.
Para todo hay tiempo.... Y dime: ¿qué tal es la señorita Gabriela? ¡Lindísima! ¡No tanto, hijo, no tanto! No es fea... ya me lo sé. Pero, ¿es buena, es simpática? ¿No es orgullosa ni altiva? Vamos: dime, dime.... ¡Antes la carta, tía; antes la carta de Linilla! ¡Paciencia, niño, paciencia! ¿Qué fugas son esas? Cualquiera diría.... ¿Qué diría? ¡Nada!...
Se quitó el bonete y dijo unas cuantas palabras en latín que nadie pudo escuchar. Después, poniéndose de nuevo el bonete y abalanzándose sobre la baranda, exclamó en alta voz: «Amados hermanos en Jesucristo...» Poseía una voz clara, de timbre dulce y simpática en extremo, que prestaba mayor realce a la gravedad de su rostro.
Con el título arriba estampado se designa cierta novela, que hará ya ocho siglos o siete y medio por lo menos, compuso un paisano de mi antiguo y buen amigo el autor de El sombrero de tres picos, de La pródiga, y de El niño de la bola. Aunque sólo fuera por esto, me sería a mí simpática la novela de que voy a hablar, novísima ya a fuerza de ser antigua.
Ha sido muy feliz la elección de usted, tan dulce y simpática, para acompañarla de continuo y ser su amiga, su confidente en esta soledad. DOROTEA. Electra me distingue con su afecto, y no contribuyo poco, la verdad, a sosegar su alma turbada. DOROTEA. Muy bien, señora.
Don Valentín, al oírse llamar amigo tan blandamente y por una voz conocida y simpática, no se pudo contener; no reflexionó, se dejó llevar del primer ímpetu cariñoso y se fué hacia D. Fadrique con los brazos abiertos.
El susurro apagado de la conversación de los dos hermanos, cortado a menudo por alguna carcajada reprimida, despertaba en su corazón una envidia punzante y triste. La joven era hermosa, con una fisonomía noble y simpática. Ricardo, sin darse cuenta, la estuvo mirando toda la noche; pero ella no pareció fijar la atención en él.
Unos días después de esta conversación encontré a Mary en su casa, con la hija del torrero, la muchacha amiga suya, con la que iba a pescar detrás del Izarra. Esta muchacha se llamaba Genoveva; pero todo el mundo la decía Quenoveva, y ella estaba convencida de que así se pronunciaba su nombre. Quenoveva me fué muy simpática.
Y entonces ¡oh miseria del corazón humano! la pobre niña ocupó mi pensamiento, y cuando me encontré con Gabriela a la entrada del comedor me pareció que era otra mujer, otra joven cualquiera que ni me causaba interés ni era simpática para mí.
Palabra del Dia
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