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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Porque, ¿cómo podrían creer que aquellos ojos negros y saltones del pálido rostro de Silas Marner no vieran en realidad claramente más que los objetos muy próximos? ¿Cómo no creer más probable, que su mirada fija y espantosa pudiera darle un calambre, el raquitismo a todo niño que se quedara atrasado?
Aquella noche, entre las ocho y las nueve, Eppie y Silas estaban sentados solos en su choza. Después de la gran sobreexcitación causada al tejedor por los sucesos de la tarde, había deseado vivamente aquella tranquilidad y hasta les había rogado a la señora Winthrop y a Aarón, que se habían quedado allí, naturalmente, cuando todos se marcharon, que lo dejaran solo con su hija.
El viejo tejedor de Tarley, parroquia próxima a Raveloe, había muerto; por lo tanto, la profesión de Silas, cuando se estableció, hizo que fuera el bien venido para las más ricas señoras de los alrededores, y aun para las campesinas más previsoras, que tenían, al fin del año, su pequeña provisión de hilo.
El fuego había recalentado la vieja bolsa el sobretodo de Silas extendido sobre los ladrillos para que se secase.
Me pregunto si volvería a tener ese poder en el caso, Eppie, en que os perdiera, y lo dudo. Pero podría ser inducido a creer que ha sido de nuevo abandonado y a perder el sentimiento de que Dios ha sido bueno para conmigo. En aquel instante golpearon a la puerta y Eppie se vio obligada a levantarse sin responderle a Silas. ¡Qué bella parecía!
En el crepúsculo de la tarde, y aun después, cuando la noche no era obscura, Silas miraba la breve perspectiva que rodeaba las canteras. Velaba y escuchaba atentamente, no con esperanza, pero sí con un deseo inquieto e irresistible.
Pero no debíais, tener veinticinco años cuando vinisteis a estableceros aquí, ¿verdad? Silas se estremeció ligeramente cuando el señor Macey tomó aquel tono de interrogación, y respondió con suavidad: No lo sé, no lo podría decir con exactitud; ¡hace de eso tanto tiempo!
El corazón de Eppie se oprimía al pensar que su padre estaba afligido. Estaba a punto de inclinarse para hablarle, cuando una angustia violenta dominó por fin todas las que luchaban en el alma de Silas. Entonces dijo con voz débil: Eppie, hija mía, hablad. Yo no quiero impedir vuestra felicidad. Dad las gracias al señor y a la señora Cass.
Tengo cincuenta y cinco años, casi seguramente dijo Silas. ¡Oh, entonces, podéis vivir todavía treinta años! ¡Fijaos en el viejo Macey! Y ese dinero que tenéis sobre la mesa es al fin y al cabo poca cosa. No durará mucho de una manera o de otra, que lo coloquéis a interés o que lo vayáis gastando.
Habéis sido duramente puesto a prueba esta vez, maese Marner, y me parece que nunca sabréis la verdadera razón; sin embargo, eso no quita que esa razón exista, bien que la cosa sea obscura para vos y para mí. No dijo Silas , no; eso no quita que exista.
Palabra del Dia
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