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Actualizado: 16 de junio de 2025
Hacía ya quince años que Silas Marner vivía en Raveloe.
32 Judas y Silas, como ellos también eran profetas, consolaron y confirmaron a los hermanos con abundancia de palabra. 33 Y pasando allí algún tiempo, fueron enviados de los hermanos a los apóstoles en paz. 34 Mas a Silas pareció bien el quedarse allí. 35 Y Pablo y Bernabé se estaban en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el Evangelio con otros muchos.
28 Entonces Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal; que todos estamos aquí. 29 El entonces pidiendo luz, entró dentro, y temblando, se derribó a los pies de Pablo y de Silas; 30 y sacándolos fuera, les dice: Señores, ¿qué es necesario que yo haga para ser salvo? 31 Y ellos dijeron: Cree en el Señor Jesús, el Cristo, y serás salvo tú, y tu casa.
La exposición que hizo la pobre Dolly de la sencilla teología de Raveloe hirió los oídos de Silas sin que entendiera palabra; en efecto, ninguna de aquellas frases podía evocar un recuerdo de la religión que había practicado, y su espíritu quedaba del todo desconcertado. Marner permaneció silencioso.
Pero ahora Silas encontraba rostros francos y sonrientes y se le hablaba con tanto placer como a una persona cuyas satisfacciones y pesares podrían ser comprendidos. En todas partes tenía que sentarse y hablar de la niña, y siempre se estaba dispuesto a dirigirle palabras de interés.
Como era viudo y sin hijos fue cuidado noche y día por los hermanos y hermanas más jóvenes de la comunidad. Silas y William iban con frecuencia a velar durante la noche, reemplazando el uno al otro a las dos de la mañana.
La choza de piedra se convirtió para ella en un dulce nido acolchado con el plumón de la paciencia; y en el mundo que estaba más allá de aquella morada, tampoco conoció miradas severas ni responsos. A pesar de la dificultad de llevarla al mismo tiempo que el hilo y el tejido, Silas la conducía casi siempre consigo cuando tenía que ir a las granjas.
Era ésa una forma algo grosera de apreciar las relaciones que existían entre Silas y Eppie. Pero conviene recordar que muchas de las impresiones que Godfrey podía recoger respecto de la clase obrera de su vecindad, eran tales como para favorecer en él la opinión de que los afectos profundos no se armonizaban con las manos callosas y los débiles medios de la existencia del pueblo.
Entonces el pastor, sacando un cuchillo del bolsillo, se lo mostró a Silas, preguntándole si recordaba dónde había dejado aquel cuchillo. Silas respondió que no recordaba haberlo dejado en otra parte más que en su bolsillo; sin embargo, aquella extraña interrogación lo hizo estremecer. Se le exhortó a que no ocultara su pecado, y que lo confesara y arrepintiera.
Además, había que satisfacer las exigencias del hambre, y Silas, en su soledad, tenía que proporcionarse su desayuno, su almuerzo, y su comida, ir a buscar agua al pozo y poner la olla sobre el fuego. Todas esas necesidades imperiosas, junto con el trabajo en el telar, contribuían a reducir su vida a la actividad ciega de un insecto tejedor.
Palabra del Dia
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