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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Silas, desorientado por los cambios que un lapso de treinta años había introducido en su ciudad natal, acababa de detener sucesivamente a varias personas para preguntarles el nombre de la ciudad y convencerse de que no estaba bajo la influencia de un error.

De otro modo, ¿por qué parecería algo intimidada y cuidaría de no volver la cabeza mientras que le murmuraba a su padre Silas breves frases relativas a los que estaban y a los que no estaban en la iglesia y a la belleza del fresco rojo de la montaña que se asoma tras del muro del presbiterio?

Si se hubiera tratado de darle a aquel fenómeno una explicación médica, aquello hubiera sido considerado por el mismo Silas, por el pastor y los demás miembros de la congregación, como un abandono voluntario del significado espiritual, que podía explicar el hecho.

Silas, siempre cohibido cuando le dirigían la palabra «superiores» tales como el señor Cass hombres grandes, poderosos, de tez fuertemente encendida y que se veían sobre todo a caballo , respondió con alguna dificultad: Señor, tengo que agradeceros ya muchas cosas. En cuanto al robo, no lo considero como una pérdida para .

En fin, cuatro días después Silas y Eppie, vestidos con sus ropas del domingo y con un lío envuelto en un pañuelo de tela azul, atravesaban las calles de una gran ciudad manufacturera.

La niña fue, pues, bautizada, habiendo decidido el pastor que un doble bautismo era el riesgo menos grande que se podía correr. Con este motivo, Silas, después de vestirse lo más limpio y elegante que pudo, apareció por primera vez en la iglesia y tomó parte en las prácticas que sus vecinos consideraban como sagradas.

Es para una mujer contestó Silas con voz baja y casi sin resuello, precisamente en el momento en que Godfrey se le acercaba . Está muerta, me parece... muerta entre la nieve... en las canteras... cerca de mi puerta. Godfrey sintió que el corazón le latía con violencia.

Sin embargo, su ruido peculiar tuvo una atracción particular para su oído, y, después de haber espiado los resultados de aquel ruido, sacó la consecuencia filosófica de que la misma causa debía producir el mismo efecto. Silas se había sentado en su telar y el ruido del aparato había recomenzado; pero dejó las tijeras en un punto que el tránsito de Eppie podía alcanzar.

Sois en realidad una gatita muy bribona dijo Silas, cuya fisonomía respiraba la felicidad tranquila de la vejez, coronada por el amor ; pero vais a quedar en una gran deuda con Aarón. ¡Oh, no, absolutamente! dijo Eppie, riendo y loqueando ; eso le va a gustar mucho. Vamos, vamos, dejadme llevar vuestro libro de oraciones, pues lo vais a dejar caer, saltando de ese modo.

Por último, cuando todos se levantaron para marcharse, Silas se adelantó hacia William Dane, y, con voz que la agitación hacía temblar, dijo: La última vez que me serví de mi cuchillo, lo recuerdo bien, fue para cortaros una tira de lienzo. No recuerdo haberlo vuelto a mi bolsillo. Sois vos quien habéis robado el dinero y urdido un complot para atribuirme ese pecado.

Palabra del Dia

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