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Ahora bien, una mañana Silas estaba más atareado que de costumbre porque estaba armando una pieza en el telar, y tuvo que recurrir para esto a las tijeras. Este instrumento, gracias a una advertencia especial de Dolly, había estado siempre cuidadosamente fuera del alcance de Eppie.

Aquel examen lo persuadió de que el anciano estaba muerto, muerto desde hacía algún rato, porque sus miembros estaban rígidos. Silas se preguntó si no se habría dormido y miró el reloj; eran ya las cuatro de la mañana. ¿Cómo era que William no había ido? Lleno de inquietud fue a buscar socorro. Muy luego, varios amigos, y entre ellos el pastor, se encontraron reunidos en la casa.

Es una suerte que tengáis este hogar elevado en vez de una parrilla; el fuego está así menos a su alcance; sin embargo, si tenéis algo que pueda derramarse o romperse o lastimarle los dedos, en seguida tratará de agarrarlo, y es razonable que estéis advertido. Silas, quedando algo perplejo, reflexionó un instante. La ataré al pie del telar dijo por fin ; la ataré con una faja larga y sólida.

Entonces, recordando que Silas procedía de un país desconocido, agregó: ¿Será porque no había iglesia en el país en que nacisteis? ¡Oh, ! dijo Silas con aire meditativo, sentado, según su costumbre, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos . Había iglesia, había costumbres. Era una gran ciudad, pero yo no las conozco; siempre iba a la capilla.

No duraría mucho, aunque no tuvierais que pensar sino en vos... y tenéis que sostener dos personas desde hace muchos años. Deseamos ayudaros. ¡Ah! señor dijo Silas, insensible a todo lo que decía Godfrey , no temo la necesidad, Eppie y yo siempre hemos de saber vencer las dificultades. Hay pocos obreros que cuenten con tantas economías.

En los primeros años del siglo pasado, uno de esos tejedores, llamado Silas Marner, ejercía su profesión en una choza construida de piedra, situada en medio de cercos de avellanos, cerca de la aldea de Raveloe, y no lejos de los bordes de una cantera abandonada.

Se requeriría realmente un hombre inteligente para inventar una historia como ésa; y, además, la noche que vino a la taberna parecía más asustado que una liebre. Durante este discurso sin dilación, Silas había permanecido inmóvil en su primera actitud, apoyando los codos en las rodillas y oprimiéndose la cabeza entre las manos. El señor Macey se detuvo, no dudando que había sido escuchado.

Tal fue la primera idea que se le ocurrió a Silas, estupefacto de sorpresa. Sin embargo, ¿era aquello un sueño? Se puso de pie, aproximó los tizones, y echando encima algunas virutas y hojas secas consiguió levantar llama, pero la llama no hizo desaparecer la visión: no hizo más que iluminar más distintamente la pequeña forma regordeta de la criatura, así como sus miserables ropas.

Silas era evidentemente un hermano elegido para un ministerio particular, y bien que los esfuerzos para interpretar su naturaleza fueran desalentados por la ausencia de toda visión espiritual durante su éxtasis exterior, sin embargo, creía como los demás que el resultado se manifestaba en su alma por un aumento de luz y de fervor.

Hizo observar que, a su entender, aquel éxtasis más bien se parecía a una manifestación de Satanás, que a una prueba del favor divino, y exhortó a su amigo a que buscara si no ocultaba nada maldito en su corazón. Silas, sintiéndose obligado a aceptar la censura y la advertencia como un servicio fraternal, no tuvo ningún resentimiento.