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Actualizado: 25 de mayo de 2025
El octavo, no fingir ataque de nervios ni hacer mimos a los primos. El noveno, no desear más prójimo que su marido. El décimo, no codiciar el lujo ajeno. Estos diez mandamientos se encierran en la cajita de los polvos de arroz, y se leen cada día hasta aprenderlos de memoria. El quid está en no quebrantar ninguno, como hacemos los cristianos con varios de los del Decálogo. Sigamos con el platero.
Gasta lindas corbatas.... ¡Es natural! ¡No había de usar harapos de seda, como ese pañuelo raído y sempiterno que lleva usted al cuello, a manera de dogal, amigo don Cosme! No hay que divagar. Sigamos con el capítulo primero. Pregunto: ¿de qué viva ese joven? ¡Pues de lo que en su casa le dan!
Yo mismo, queridos amigos, quisiera saber si ustedes, por ser más viejos en la tierra yanqui, están enterados de á qué personaje hay que dirigirse en Wáshington para dicho asunto. ¡Me gustaría tanto estar enterado!... Pero ¿callan ustedes?... ¿No saben qué decir?... Sigamos con nuestro general.
Pero nosotros no seremos tan tontos que les sigamos hasta aquella altura. Apostaría cualquier cosa a que en aquel bosque de eucaliptos está escondida la tribu entera, dispuesta a echársenos encima. ¿Sabrán que tenemos prisionero a su jefe? Desde luego lo sospechan. Con que, vamos, Cornelio; envía una bala a esos hierbajos.
¡No quiero; te he dicho que no quiero!... ¡Sigamos! Ella se agitó entre sus brazos con una agilidad de gimnasta, y al salir de este encierro sonó un crujido de tela desgarrada. ¡Mira, bárbaro!... ¡mira lo que has hecho! Estaba inmóvil, con la boa de piel cayéndose de uno de sus hombros, mientras buscaba en el otro el rasguño que acababa de sufrir su vestido.
Por muy desgraciada que su amor me haga, no quiero verme curada de él. Bien, muy bien; respondéis á mis preguntas como un instrumento perfectamente templado á la mano que sabe tocarle. Sigamos hablando, y acabaremos por ser los dos más grandes amigos del mundo. Pero bebed, hija, bebed; vuestro Jerez es un verdadero néctar de los dioses, se conoce que se lo han regalado al duque de Lerma.
Pero sigamos, señores, no ha sido nada, añade volviendo en sí. ¡Oh honradas casas, donde un modesto cocido y un principio final constituyen la felicidad diaria de una familia, huid del tumulto de un convite de días! Sólo la costumbre de comer y servirse bien diariamente puede evitar semejantes destrozos. ¿Hay más desgracias? ¡Santo cielo! ¡Sí, las hay para mí, infeliz!
Sigamos. Un profundo y lejano suspiro anunció la admiración de doña Paulita. Sí, he venido aquí á ver si ustedes consienten ... continuó el abate. El retablo que en la persona de Paz hacía veces de rostro, se puso de color de remolacha, y los ojos de Salomé miraron al cielo, no sabemos si por un movimiento natural ó por una calculada combinación de ademanes.
He aquí una orden del Rey. Enséñasela a tu padre. ¡Abre esa puerta, muchacha! Eché pie a tierra, abrimos entre los dos la pesada puerta y haciendo salir a nuestros caballos volvimos a cerrarla. Lo siento por el guarda, si el Duque averigua que estaba ausente de su puesto. Y ahora, joven, al trote. No conviene acelerar mucho el paso mientras sigamos cerca de la ciudad.
Sigamos para abajo, y hablaremos por el camino. ¿Vas a tu casa? Voy a do quierer tú. Paréceme que te cansas. Vamos muy a prisa. ¿Te parece bien que nos sentemos un rato en la Plazuela del Progreso para poder hablar con tranquilidad?».
Palabra del Dia
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