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Actualizado: 5 de junio de 2025
No tardó en dejar el terreno montañoso cubierto de arbolado y se halló en la vasta llanura de Solent, cuyos campos esmaltados de florecillas multicolores presentaban aquí y allá grupos verdes ó bronceados de ondulantes helechos. Á la izquierda del viajero y no muy lejos continuaba el espeso bosque, pero la senda divergía rápidamente de él y serpenteaba por el valle.
Alegre y vivaracha acompañaba a su huésped a través de los jardines, enseñándole sus colecciones de flores de todas clases, explicándole cómo había secado las tierras y canalizado las aguas del río que ahora serpenteaba entre orillas plantadas de iris y de cañaverales. El escuchaba encantado su graciosa charla y admiraba su espíritu a la vez práctico y lleno de imaginación.
El ruido de la locomotiva y los carruajes resonaba ronco y estridente entre las dos filas de altos murallones de caliza, salpicados de matorrales y bosquecillos de abetos, que encajonan aquella sucesion de vallecitos, dándoles la forma de tortuosas calles y románticas encrucijadas. En el fondo, bajo numerosos puentes ó casi escondido al pié de las rocas y la vegetacion, serpenteaba el riachuelo.
No conocía la abundancia, pero tampoco las angustias y estrecheces de antes. Era el bienestar que llegaba; pero ¡cuán tardo! ¡y qué insípido le parecía!... Caminó por una acera junto a la cual serpenteaba un arroyo. Miraba distraídamente los rótulos de las puertas.
El valle en que serpenteaba el río que iba ensanchándose, por ambos lados estaba cerrado por una cadena de colinas, las unas cubiertas de matorrales y secas aliagas, las otras de verdeantes sotos. De tiempo en tiempo, una quebrada transversal abría entre dos cuestas una perspectiva sinuosa, en cuyo fondo se dibujaba la cima azul de una lejana montaña.
A un tiro de fusil de la base de este promontorio se elevaba una cadena de enormes bloques de granito que formaban, avanzándose hacia el mar, los bordes escarpados de un estrecho canal que serpenteaba entre ellos y el pie de la montaña y no tenía más salida que a través de los rompientes más peligrosos.
Concluía quizás la primera década de mi vida, cuando un buen día llegó a la casa una tropa de carros, que, desviándose del camino que serpenteaba entre las cuchillas, allá en la linde del monte, venía a campo traviesa buscando un vado en el arroyo, que disminuía en una mitad el trecho a recorrer para llegar al pueblo más cercano.
Los que corrían hacia él vieron en primer término la cúspide de su cabeza, y saliendo de ella un hilo de sangre que serpenteaba entre la hierba. Inmediatamente esta cabeza quedó invisible, pues todos se agolparon en torno al cuerpo caído, inclinándose para escuchar al médico, que lo examinaba con una rodilla en tierra.
Si al comienzo de aquella misma noche, que ya se iba a extinguir, una mirada humana hubiera podido escudriñar desde la altura de los cielos lo que pasaba en aquella larga faja de sementeras y olivares que se extiende a la vera de los montes, entre éstos y el Guadalquivir, habría visto que del obscuro caserío de Andújar se destacaba cautelosamente, escurriéndose por detrás de las casas, una hilera de hombres y caballos; que esta hilera se iba alargando por la carretera en interminable procesión, y serpenteaba con lento paso, sin ruido y sin luces; habría visto cómo se iba extendiendo la negra raya, destacándose a ratos sobre la tierra blanquecina, a ratos confundiéndose con los obscuros olivos, sin dejar de seguir paso a paso, como si no quisiera ser vista y anhelara apagar en el polvo el ruido de las cureñas; habría visto que iban delante unos tres mil hombres de infantería, después un escuadrón de caballos, después seis cañones, después un número inmenso de carros, tantos, tantos carros, que ocupaban dos leguas; detrás de los carros nuevos grupos de infantería y muchos generales; después otros seis cañones, dos regimientos de coraceros; luego cuatro cañones, y al fin otro grupo de jefes, seguidos de quinientos hombres de a pie.
No he ido sino una vez y hace largo tiempo... pero hallaré el camino. Venga, señor, y prepárese para una ruda ascensión. Comenzamos en el momento á subir una escarpadísima senda que serpenteaba sobre el flanco de la montaña, atravesando aquí y allá algún bosquecillo.
Palabra del Dia
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