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Actualizado: 5 de octubre de 2025


Conozco tu existencia en los últimos años; además, me contaste la otra mañana lo que has sido desde que tu hijo vivió á tu lado... Yo te tomo á partir del momento en que reconociste la seriedad de la vida, al verte junto á un hombre formado con tu propia carne.

Y Juanito miró angustiosamente a la criada que balbuceaba, no sabiendo qué responder. La empujó rudamente y entró. Visanteta sin perder su ceñuda seriedad, levantó los hombros, hizo un gesto de resignación, como diciendo: «Que ocurra lo que Dios quiera»; y volviendo la espalda al señorito, se fue hacia el comedor. No había nadie en el salón.

No en qué podemos nosotras haber faltado para que usted nos diga eso. Como está una en desgracia... murmuró Paz bajando la cara para que se creyera que devoraba una humillación. Pero, señoras dijo Coletilla con mucha seriedad, yo no he agraviado á ustedes; he disculpado á mi sobrino solamente....

Señora replicó el regente fluctuando entre la seriedad y la risa . ¿Usted no lo entiende?... pues yo tampoco. Su natural es tímido. Por eso, cuando veo que rompe a hablar con personas que no son de confianza, me escamo mucho. De algún tiempo acá todo cuanto ese chico habla es tan atinado, que podrían tenerlo por suyo los siete sabios de Grecia.

En todos los siete años ya transcurridos, jamás Ester había mostrado falsedad alguna respecto al símbolo que ostentaba su pecho, excepto en aquel momento, como si á pesar de su constante vigilancia hubiese penetrado en su corazón una nueva enfermedad moral, ó alguna otra de antigua fecha no hubiera sido expulsada por completo. En cuanto á Perla, la seriedad de su rostro ya había desaparecido.

Las cuadrillas se bailaban, con una seriedad rígida, casi británica; el vals no dejaba nada que desear por su corrección: la mazurka era de un remeneo de ancas de dudosa moderación, y por último la habanera algo alarmante como chacota de articulaciones.

Mauricio no volvió al colegio. Fortunato había llegado á la edad en que el hombre siente placer en vivir dentro de su casa á condición de no estar en ella enteramente solo, y gracias á su hijo adoptivo, encontró el atractivo que podía conducirle al hogar y retenerle en él. Al niño debió, pues, la rectitud de su vida, la seriedad de sus pensamientos, la dignidad sonriente de su madurez.

Las tardes lluviosas las pasaba sentado en el escaño de la cocina charlando con la familia, interesándose por las intrigas de la aldea, tan complicadas o más que las de la corte, y dando su parecer acerca de ellas con toda seriedad. D. Félix había prestado 14.000 reales a Juan el tabernero.

Ramoncita formaba tertulia aparte con otras damas que frisaban como ella en los treinta, y no consentía que ningún pollo viniese a interrumpirlas. Su conversación era siempre animada, y juzgando por la seriedad con que la tomaban, importantísima.

Jacinta fue a buscar la manta. Por el camino decía: «En Sevilla me contó que había hecho diligencias por socorrerla. Quiso verla y no pudo. Al ponerle la manta le dijo: «Abrígate bien, infame»; y a Juanito no se le ocultó la seriedad con que lo decía. Al poco rato volvió a tomar el acento mimoso: «Jacintilla, niña de mi corazón, ángel de mi vida, llégate acá.

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