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Á pesar de su optimista y regocijada filosofía; á pesar de su propensión natural á reir y á ver las cosas por el lado cómico, D. Fadrique estuvo todo aquel día meditabundo, callado, con una seriedad melancólica harto extraña en él. Á la hora de comer apenas probó bocado; apenas si habló con su hermano, con su cuñada y con su sobrina, los cuales, cada uno por su estilo, le agasajaban mucho.

Ese tribunal merecía un severo castigo manifestó el caballero, volviendo a su seriedad habitual. Yo les hubiera puesto de buena gana una corrección por mi mano... pero... amigo don Pantaleón, estoy muy débil. El hambre me tiene muy débil. ¡El hambre! exclamó Sánchez estupefacto. ; el hambre, querido Sánchez, el hambre.

Durante todo el almuerzo hablaron del servicio, y a cada cosa que decían miraban a Maximiliano como impetrando su asentimiento. El joven observó que su hermano estaba serio con él, pero aquella seriedad indicaba que le reconocía hombre, pues hasta entonces le trató siempre como a un niño. El estudiante esperaba burlas, que era lo que más temía, o una reprimenda paternal.

¿No quieres ir a acostarte, Juan? pregunta ella con gran seriedad. Pero su voz hace traición todavía a una leve risa que trata de reprimir. ¡Buenas noches, hermano! Espera, que subo contigo. Juan tiende la mano a su cuñada, que vuelve la cabeza para disimular su sonrisa. Martín le coge la lámpara y sube la escalera precediendo a su hermano.

¿Y quiere usted que yo, el pobre Pep de Can Mallorquí, sea pariente de su padre y su abuelo, y de todos los señorones que fueron amos de Mallorca y mandones del mundo?... Vamos, don Jaime. Vuelvo a creer que todo es una broma: su seriedad no me engaña. También don Horacio discurría a veces las cosas más chistosas, sin perder su cara de juez.

Entre los dos se establecerá un parentesco de cariño, de agradecimiento y de amistad que no nos separará sino en el sepulcro. ¿Insiste usted en lo que manifestó aquella noche? Creo que no lo habrá olvidado usted, pues yo, si cien años viviera, no lo olvidaría. No lo he olvidado, y ahora repito lo que dije, y me confirmo en ello. El héroe se detuvo y la miró con seriedad afable....

Ahora es necesario que te pases la venda por detrás de la espalda, para atarla después aquí encima. ¿No te atreves ? dijo él con sonrisa entre burlona y avergonzada. Ella no contestó. Quería a fuerza de seriedad dominar la confusión que la embargaba. Únicamente se podía advertir su emoción en el temblor ligerísimo de sus labios.

Verdad es que el señor don Nemesio Angulo, eclesiástico en extremo cortesano y afable, antiguo amigo y tertuliano de don Manuel y autor de la dicha de los cónyuges, a quienes acababa de bendecir, intentó soltar dos o tres cosillas festivas, en tono decentemente jovial, para animar un poco la asamblea; pero sus esfuerzos se estrellaron contra la seriedad de los concurrentes.

Esta vez se pusieron ambos fuertemente colorados. Después, por la seriedad que quedó bien señalada en el rostro de Emilio, se pudo comprender que no le hacían maldita la gracia aquellas salidas harto desenfadadas de su suegra. El general Patiño, por orden de la bella señora de la casa, puso el dedo en el botón de un timbre eléctrico.

No, hablo con toda mi seriedad... En su edad es un sentimiento natural y no tiene por qué avergonzarse. Solamente yo soy el dueño de mis pensamientos... No he de dar a nadie cuenta de ellos. ¿Ni siquiera a la señora Liénard? A ella menos que a nadie... Si lo que usted supone fuese cierto, yo le juro que nunca lo sabría ella... ¡No permitiré yo que pueda sospechar jamás una locura semejante!