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Actualizado: 16 de mayo de 2025
Pero de aquellas insensatas suposiciones me quedaba un sabor horriblemente dulce y de él estaba embriagada la débil voluntad que aun me quedaba; pensaba además que no valía la pena de haber luchado tanto para llegar a semejante extremo. Notaba en mí tal ausencia de energía y sentía un desprecio tan hondo de mí mismo, que aquel día desesperé de mi vida.
Oía los mugidos del río que pasaba a su izquierda; tocaba los jaramagos que brotaban entre las rendijas a su derecha, y sentía en el rostro el fango con que le salpicaban los caballos que le precedían, y el aire sutil y nauseabundo, como el de una caverna, que silbaba al pasar por aquel tubo retorcido y caprichoso.
Pero se sentía algo de penoso en la tranquilidad de su actitud, en su sonrisa misma y hasta en el descuido con que se había puesto el sombrero de fieltro. En la carta le pedía, con mucho mimo, que accediera a servirle de padrino. Pero como él comenzara de nuevo a interrogarla, Adriana le miró seria y cariñosamente: Tío, estos asuntos no tienen explicación.
¿Y usted sentía a veces, entre una y otra correría, algo así como la obligación de volver por un tiempo a su lado? ¡Ese sentimiento lo honra mucho a usted!
Beatriz no respondió nada y se alejó dulcemente: se sentía en trance de muerte: había entrevisto de un golpe la verdad, y parecíale que el cielo se rasgaba para fulminarla con sus rayos.
Aparte del cual inspirábale Beatriz esa aversión odiosa que sentía por todo lo que fuese superior, a él, ora en el orden físico, ya en el moral e intelectual. Por último, se sentía inquieto en el único honrado sentimiento que le restase, temiendo que la nueva esposa de su cuñado no le arrebatara la afección de Marcelita a quien, en su entender, alejaría de él poco a poco la altanera madrastra.
Sentía además el dolor de los celos; unos celos de mujer vanidosa y algo madura que se ve arrebatar la última esperanza de felicidad por una adversaria que casi puede ser su hija. A la par que sufría este tormento debía preocuparse de su trágica situación, creada por la rivalidad amorosa de dos hombres que la habían deseado, y defenderse también del odio de todo un pueblo.
Yo experimentaba que mi cabeza se deprimia por instantes; sentia que una mano de bronce me aplastaba la frente; ya me creia rodando por aquellas extensas y horribles bóvedas; horribles me parecian á mí, pues miraba en ellas el vacío lóbrego y misterioso de una sepultura.
A la vez, su pensamiento arrastraba, a pesar suyo, las más importunas imágenes del pasado, comparable al río torrentoso que se enturbia con sus propias orillas. Sentía Ramiro ansias inmensas de soledad y el horror de toda voz extraña, de todo ajeno semblante. Pasadas las cinco de la tarde dejó la posada y dirigiose a los ásperos collados del mediodía.
Nunca había tenido ocasión de acercarse a ella, y aunque la hubiera tenido, tal vez no la aprovechara, porque temía ser despreciado; con la máscara puesta, ya era otra cosa; no estaba embarazado por el miedo; se sentía con fuerzas bastantes para decirle en voz alta: Te adoro, Lucía, te adoro... te adoro... te adoro...
Palabra del Dia
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