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Y pasará un dia y otro dia, y acaso la madre le guarda la silla en que solia sentarse, y no quiere que nadie ocupe el lugar de la mesa que él ocupaba. Y pasa un mes, y pasa un año; la madre esperará á su hijo, y el hijo no entrará por la puerta de la casa de sus padres, ni se sentará en la silla en que antes se sentaba, ni ocupará el lugar de la mesa que ocupó desde niño.

Quiso proponer Antonia que vistiesen iguales, según su costumbre, es decir, un vestido de tul blanco con transparente de raso; pero empeñose Magdalena en que el color que mejor sentaba a Antonia era el de rosa, y la interesada aceptó en el acto el parecer de su prima, no volviendo a hablarse ya del asunto.

En el sillón de la izquierda se sentaba otro príncipe español, Don Jaime, quien lejos de parecer aburrido como su compañero, mostraba gran interés en cuanto le rodeaba y acogía con sonrisas y saludos á los caballeros ingleses y gascones. Cerca de ambos y sobre el mismo estrado ocupaba también un sitial más bajo el famoso Príncipe Negro, Eduardo, hijo del soberano de Inglaterra.

Miré otra vez con enternecimiento el alféizar de aquella ventana en que mi adorada se sentaba; pero al instante volví en mi acuerdo, juzgando que no era hora de enternecerse ni pensar en niñerías, sino de aguzar el ingenio y dar gallarda muestra de ser tan buen dialéctico como poeta.

¿Ve usted... ve usted...? indicó Fortunata, no recatándose de decirlo en alta voz . El efecto de esas condenadas píldoras. Creo que no deben dársele más. Ya ve usted cómo se pone: se le trastorna más el cerebro y adivina los secretos. ¿Cómo que adivina los secretos...? Pero, niño, ¿qué haces? Rubín se sentaba y se levantaba, dando botes en el asiento, como un jinete que monta a la inglesa.

Pero cuando le vieron aparecer, armado de sus éxitos y doctor hasta los dientes, los curanderos del país, y su tío que, después de todo, no era otra cosa, le preguntaron por qué no se había quedado en París. Unía a su talento unos modales tan seductores y le sentaba tan bien su gran paletó, que se adivinaba desde el primer día que todos los enfermos serían para él.

En uno de los bancos de popa y confundido con los demás pasageros se sentaba un clérigo contemplando el paisaje que se desplegaba sucesivamente á su vista. Sus vecinos le hacían sitio, les hombres, cuando pasaban cerca, se descubrían y los jugadores no osaban poner su mesa cerca de donde él estaba.

Pero el viejo médico poseía también percepciones que eran casi intuitivas; y cuando el ministro le dirigía entonces una mirada de asombro, el médico se sentaba tranquilamente sin decir palabra como su amigo benévolo, vigilante y afectuoso, aunque no importuno. Sin embargo, el Sr.

Su atavío de paje de los Reyes Católicos le sentaba muy bien. Más de una linda joven volvió la cabeza para contemplarle. De vez en cuando se acercaba al sitio donde Clementina se hallaba cumpliendo sus deberes, y sin dirigirle la palabra cambiaban algunas miradas y sonrisas amorosas.

Romagné jamás se quejaba de nada, por muy extraña que la nueva situación le pareciese. Obedecía como un esclavo, o, por mejor decir, como un buen cristiano, todos los mandatos del hombre que le comprara su piel. Se levantaba, se sentaba, se acostaba, se volvía hacia la derecha o la izquierda, según el capricho de su señor.