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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Se sentaba en el suelo, cruzaba los brazos sobre las rodillas, hundía la cara entre las manos, y así pasaba algunas horas oyendo el sordo incesante resbalar del mercurio dentro de su cabeza. En aquella situación, el infeliz contaba los ciento sesenta y siete millones de pesetas.
Ya no tenía compasión de la enferma; ya no había allí más que nervios... y empezó a pensar en sí mismo exclusivamente. Entraba y salía a cada momento en la alcoba de Ana; casi nunca se sentaba, y hasta llegó a fastidiarle el registro de medicinas y demás pormenores íntimos. El médico tuvo que entenderse con Petra.
Y mientras Ana los gustaba, Petrona Revolorio, con el chal cruzado, se sentaba a sus pies «no por servicio, sino porque le había cobrado afición» y le hacía cuentos.
Si Frígilis estaba en el Parque, sentía un amparo cerca de sí. Se calmaba. Crespo subía una vez cada tarde a verla; pero no se sentaba casi nunca. Estaba cinco minutos en el gabinete, paseando del balcón a la puerta, y se despedía con un gruñido cariñoso.
Los grandes dioses, entre ellos el P. Irene y el P. Salví, habían llegado ya, es verdad, pero aun faltaba el trueno gordo. Estaba inquieto, nervioso; su corazon latía violentamente, tenía ganas de desahogar una necesidad, pero había primero que saludar, sonreir, y despues iba y no podía, se sentaba, se levantaba, no oía lo que le decían, no decía lo que se le ocurría.
Más que un señor de aldea con resabios de labriego, me pareció entonces aquel singular campurriano un personaje de corte, un ministro, o cosa así, que se disponía a dar audiencia. Tan bien le sentaba la levita, y tan aseñorados eran sus modales.
Entre ellas había ¡ay qué hembra! la más hermosa, la más alta, la más simpática, la más esbelta, la mejor vestida, la más señora. Debía de ser mujer de elevada categoría, á juzgar por su ademán grave y pomposo, y cierto airecillo de protección que á maravilla le sentaba.
8 Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿no es éste el que se sentaba y mendigaba? 9 Unos decían: Este es; y otros: A él se parece. El decía: Yo soy. 10 Entonces le decían: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos? 13 Llevaron a los fariseos al que antes había sido ciego. 14 Y era sábado cuando Jesús había hecho el lodo, y le había abierto los ojos.
Sentí una vaguedad fría en mi cabeza: mis ojos se oscurecieron, no pude sostenerme de pie, y me senté en el mismo sillón en que ella se sentaba.
La marquesa de Ujo vestía de turca y le sentaba tan bien, que, según Alcántara, apetecía soltarle un tiro. Su languidez era tanta aquella noche, que apenas tenía fuerzas para articular las palabras. A cada paso el ilustre general se veía en la necesidad de ayudarla en tan ímproba tarea.
Palabra del Dia
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