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Actualizado: 16 de octubre de 2025
Allí estaban los libros de siglos pasados. «¡Dios mío, pensaba sin querer Bonis, bien antiguos son estos líos del papel sellado y las triquiñuelas de los escribanos!». Sin saber por qué, se acordó de haber oído describir las bodegas de Jerez y las soleras de fecha remota, que ostentaban en la panza su antigüedad sagrada. «¡Qué diferencia, pensó, entre aquello y esto!».
Apenas se tomaba el trabajo de leer las cartas; no hacía más que examinarlas rápidamente y ponerlas a un lado. Así fuimos registrando un cajón tras otro hasta que vi en su mano un gran sobre azul, sellado con lacre negro, y que tenía el siguiente letrero, escrito por su padre: «Para que sea abierto por Mabel después de mi muerte. Burton Blair.» ¡Ah! murmuró casi sin resuello, ¿qué contendrá esto?
Todo aquel brío de voluntad, todo aquel tesoro de amor que yo descubría en su pecho, todos aquellos pensamientos elevados y generosos que agitaban su mente, todas aquellas aspiraciones sin nombre, infinitas, divinas, que germinaban en su espíritu, en perenne primavera ideal, todas aquellas flores celestiales, nacidas en el huerto sellado de su fantasía y cultivadas con esmero por su recto juicio, propenso por naturaleza, educación y gracia, a lo santo y puro ¿a quién había ella de dedicarlos y consagrarlos?
Además, en esta carta de vuestro difunto hermano que me habéis dado, se dice que existe un cofre sellado. Sí; sí, señor. ¿Dónde está ese cofre? Le tengo yo. Traedme ese cofre esta misma noche. ¡Ese cofre, señor! ¿pero no sabéis que es un secreto? Para la Inquisición no hay secretos. ¡La Inquisición! exclamó aterrado Montiño.
No, madre mía, porque la cerradura estaba cubierta con un papel sellado, y en aquel papel había un testimonio de escribano con la fecha de veinticuatro años ha. Es necesario, necesario que me expliquéis todo eso... pero otro día... hoy estoy muy conmovida. Y yo... yo necesito ir á palacio, mi buena madre dijo doña Clara. ¡Esperad! ¡esperad un momento! La duquesa se levantó y salió.
Sólo vio al portero, de pie en el umbral de la puerta, refiriéndole a un su amigo, que, una hora antes, había visto salir al señor de Auvray junto con su procurador, y que éste, en vez del consabido rollo de papel sellado, que era la característica de su grave personalidad y profesión llevaba bajo el brazo aquel día un par de espadas y una caja de pistolas.
El joven echó sobre su correo una mirada distraída, pero habiendo notado entre las cartas y los diarios un amplio sobre sellado con lacre blanco, hizo un gesto de inquietud. ¡Una carta de María Teresa! murmuró sorprendido. ¿Qué me escribirá? ¿Estará inquieta por mi ausencia? ¡diantre! esto no concuerda con mi proyecto de concluir.
Entonces Juan vió el papel que estaba pegado y sellado sobre la cerradura, y leyó en él en letras gordas lo siguiente: «Yo, Gabriel Pérez, escribano público de la villa de Navalcarnero, doy fe y testimonio de cómo el señor Jerónimo Martínez Montiño recibió cerrado y sellado como se encuentra este cofre.» Y por bajo de estas palabras se veía la fecha y el signo y la firma del escribano.
De seguir sus impulsos, la gente de acción del partido hubiera hecho cada día una muerte. Don Andrés hablaba con seráfica sonrisa de enredarle las patas al alcalde o al elector influyente que se mostraba rebelde y arrojaba un chaparrón de papel sellado sobre el distrito, promoviendo procesos complicados que no terminaban nunca.
Se había educado en Inglaterra, y había viajado mucho por Europa, con largas detenciones en París, en Baden-Baden, Monte Carlo y otros sitios no menos famosos de recreo. De todas estas excursiones y paradas había sacado copiosos frutos, como lo acreditaban sus vicios dominantes, sellado alguno de ellos en la cara con hondas cicatrices, y en el cráneo con una calva precoz.
Palabra del Dia
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