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Actualizado: 3 de julio de 2025
Me paece que va pa largo. Salvatierra entró en la cocina del cortijo, dejando, al sentarse, una gran mancha del agua que chorreaban sus ropas. La señá Eduvigis, compadeciendo al «pobre señor», encendió apresuradamente en el hogar un fuego de leña menuda. Que sea buena la candela, mujer; que eso y mucho más se merece el forastero decía Zarandilla, orgulloso de la visita.
El grupo de los de la idea, abandonando el cuenco limpio ya de gazpacho, vino a sentarse en el suelo, en torno de Salvatierra. Gravemente, enrollaban sus cigarros, como si esta operación absorbiese por completo su pensamiento. El tabaco era su única voluptuosidad, y tenían que calcular la duración de la pobre cajetilla durante toda la semana.
Salvatierra y el viejo salieron del patio entre los ladridos de los perros, y siguiendo el muro exterior, llegaron a un cobertizo que daba entrada a la gañanía. Bajo aquel se alineaban al aire libre varios cántaros con la provisión de agua para los braceros.
¡Oh, la desigualdad! Salvatierra se enardecía, abandonaba su flema bondadosa al pensar en las injusticias sociales. Centenares de miles de seres morían de hambre todos los años.
Y lo mismo a los que en las viñas, desobedeciendo a los amos y con el orgullo de saber leer, enteran a sus compañeros de las majaderías que traen los periódicos... A Fernando Salvatierra, cuatro tiros... Pero el señorito, apenas dijo esto, pareció arrepentirse. Un rubor instintivo turbó su facundia. La bondad y las virtudes de aquel rebelde infundíanle cierto respeto.
Salvatierra habló de ir a la gañanía, sin prestar atención a las protestas del aperador. ¿Pero, realmente, tenía empeño en dormir allí, un hombre de su mérito?... Ya sabes de dónde vengo, Rafael dijo el revolucionario. Llevo ocho años de dormir en peores sitios y entre gentes más infelices. El aperador hizo un gesto de resignación y llamó a Zarandilla, que estaba en la cuadra.
A los ricos no les importa nada el porvenir, ni creen necesaria ninguna precaución para retardarlo. Tienen los ojos en el cogote, y si algo ven, es hacia atrás. Mientras los gobernantes surjan de su clase y tengan a su servicio los fusiles que pagamos todos, se ríen de las rebeldías de abajo. Además, conocen a la gente. Eso que tú dices repuso Salvatierra; conocen a la gente y no la temen.
Salvatierra sentía halagado su sentimentalismo humanitario por este generoso ensueño de la inocencia. ¡Cambiar el mundo sin sangre, con un golpe teatral, valiéndose de la varilla mágica de la instrucción, sin esas violencias que repugnaban a su alma tierna, y que finalizan siempre con la derrota de los infelices y las crueles represalias del poderoso!...
Lenta y sentenciosamente hablaba a Salvatierra, mirando al mismo tiempo a la gente con un mohín de superioridad, acompañado de frecuentes salivazos en el suelo. Esto ha cambiado mucho, Fernando. Vamos paatrás y los ricos son más amos que nunca. Tuteaba a Salvatierra a uso de compañero y hablaba con desprecio de la gente trabajadora.
Y las últimas palabras de Salvatierra, de negación para lo existente, de guerra a la propiedad y a Dios, tapujo de todas las iniquidades del mundo, zumbaban aún en los oídos de Fermín Montenegro, cuando a la mañana siguiente ocupó su puesto en la casa Dupont.
Palabra del Dia
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