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Actualizado: 3 de julio de 2025


El ganadero, por su parte, necesita mucha tierra inculta para criar sus fieras, que la pagan no por su carne, sino en razón de su salvajismo. Y los poderosos que poseen el dinero, tienen interés en que todo continúe lo mismo, y así seguirá. Salvatierra reía recordando lo que había oído sobre el progreso de su país.

Entonces conoció Fermín a su «ángel protector», como él le llamaba; al hombre que, después de Salvatierra, era el dueño de su voluntad, a Dupont el viejo que, viéndole un día, recordó vagamente ciertas muestras de respeto, ciertos pequeños favores a su casa y a su persona, en la época en que aquel infeliz iba por Jerez con aire de amo, orgulloso de su gorro colorado y de las armas que hacía resonar a cada paso, con un estrépito de ferretería vieja.

Dupont abría sus ojos desmesuradamente para expresar el asombro y la repugnancia que le inspiraban los nuevos rebeldes. Y no creas, Fermín, que yo soy de los que me asusto por lo que ese Salvatierra y sus amigos llaman reivindicaciones sociales.

Y luego añadió con cierta solemnidad: ¿ sabes quién es este cabayero, Eduvigis?... ¡Qué has de saber ! Pues es don Fernando Salvatierra, ese señor tan nombrao en los papeles, que defiende a los probes. El gesto de la vieja, al abandonar un instante la lumbre para mirar al recién llegado, fue más de curiosidad y asombro que de admiración.

Salvatierra, al saber que Fermín no tenía ninguna ocupación inmediata, le invitó a acompañarle. Iba hacia los llanos de Caulina. Le gustaba más el camino de Marchamalo y estaba seguro de que su viejo camarada, el capataz, le recibiría con los brazos abiertos; pero no ignoraba los sentimientos de Dupont hacia él y quería evitarle un disgusto.

Es un angelote pensaba. ¡Que le vaya a éste Salvatierra con que el mundo está mal arreglado y hay que volverlo como quien dice del revés!... Montenegro pasó por la calle Larga, la principal de la ciudad; una vía ancha con casas de deslumbrante blancura. Las portadas señoriales del siglo XVII estaban enjalbegadas cuidadosamente lo mismo que los escudos de armas de la clave.

Pero ya verás qué ricamente lo pasamos a pesar de cuanto dice en sus sermones y soflamas el señor de Salvatierra... Pero que no sepa el padrino lo que yo digo de su camará, pues tocarle a don Fernando es peor que si yo te fartase a ti, pongo por caso. Rafael hablaba de su padrino con veneración y miedo al mismo tiempo.

Salvatierra, en la exaltación de su pensamiento, quería estrujar todos los fantasmas con los que se había aterrado o entretenido durante siglos a los menesterosos, para que no estorbasen la feliz placidez de los privilegiados. Sólo la Justicia social podía salvar a los hombres, y la Justicia no estaba en el cielo, vivía en la tierra.

El viejo Zarandilla intervino también, por considerarse comprendido en el llamado gobierno del cortijo. ¡Los amos!... Ellos podían arreglarlo todo, sólo con acordarse un poco del pobre; con tener caridad, mucha caridad. Salvatierra, que escuchaba impasible las palabras de los jornaleros, se agitó, rompiendo su mutismo al oír al viejo. ¡La caridad! ¿Y para qué servía?

Pero en Jerez, el rico estaba sobre el pobre a todas horas, para hacerle sentir su influencia. Era un centauro rudo, orgulloso de su fuerza, que buscaba el combate, se embriagaba en él y gozaba desafiando la cólera del hambriento, para domeñarle como a los potros salvajes en el herradero. El rico de aquí es más gañán que el trabajador decía Salvatierra.

Palabra del Dia

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