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Actualizado: 11 de julio de 2025
Pronto el rumor de la desgracia ocurrida habíase extendido por la ciudad, y las gentes madrugadoras, o sea las sirvientes y las mujeres devotas que salían del templo, la siguieron llorando y rezando en voz alta hasta la puerta de su casa.
Ambas aceras estaban ocupadas por los jóvenes elegantes, que a la vez que con el airecito del río hallaban refrigerio al calor canicular, deleitaban los ojos clavándolos en las limeñas que salían a aspirar la fresca brisa, embalsamando la atmósfera con el suave perfume de los jazmines que poblaban sus cabelleras.
También hablaba de familiares de la Inquisición, recordando a los curas gordos y morenos que salían de la iglesia, en busca del casero chocolate, luego de decir su misa. Se lamentaba un joven belga, al que muchos llamaban «barón», de las calles en cuesta y de los coches. ¡Ni un solo automóvil!... Las mujeres, asomadas a las ventanas como odaliscas.
Doña Rebeca decía que estaba enfermo. Debía de ser verdad, porque a menudo salían del aposento ayes y gemidos. Lloraba entonces la madre; Narcisa se enfurecía, y si en tales ocasiones de tragedia llegaba Andrés a Rucanto, rodaban los muebles, estallaban los cacharros en añicos, y las puertas se batían en tableteos formidables.
Toda la locuacidad de Bertita, era mutismo en el señor D. Paco, quien se limitaba á aprobar con monosílabos los largos períodos que salían de la fresca y sonrosada boca de su esposa.
Lo peor era que los únicos negocios que le salían mal al banquero eran los en que tomaba parte su amigo. En las tertulias de éste, indefectiblemente llevaba la contraria en todas las peroraciones de don Mauricio, Gonzalo Quiroga, primogénito de los condes de Camposeco. Este mozo tenía un frontispicio poco simpático, y además era gangoso.
Prometido, tía. Sobre todo, con la niña mucho cuidado.... No me la alarmes. Haré lo que usted me mande. Pocos momentos después salían ambos del despacho y entraron en el salón, donde ya había algunas personas de fuera. Durante la Cuaresma la marquesa de Alcudia recibía a sus amigos en las tardes de los viernes, dedicándose con ellos a la oración y a las prácticas religiosas.
De las mangas de su sobretodo salían sus manos de dedos pequeños y morenos, que retorcían y golpeaban con nerviosa persistencia, y de un modo que indicaba la alta tensión de aquel hombre, los brazos tapizados de la silla en que estaba sentado delante de nosotros.
Debía saber toda la verdad; y si no la sabía, se la avisaba su instinto de madre viendo á Ulises convaleciente, enflaquecido, vacilando entre la arrogancia y el quebranto físico, lo mismo que los bravos cuando salían de la cámara del tormento. ¡Oh, hijo mío!... ¡Hasta cuándo!...
3 Huyendo, pues, Jefté a causa de sus hermanos, habitó en tierra de Tob; y se juntaron con él hombres vacíos, los cuales salían con él. 5 Y como los hijos de Amón tenían guerra contra Israel, los ancianos de Galaad fueron para traer a Jefté de tierra de Tob; 6 y dijeron a Jefté: Ven, y serás nuestro capitán, para que peleemos con los hijos de Amón.
Palabra del Dia
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