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Actualizado: 11 de julio de 2025


19 Entonces los gobernadores de los hijos de Israel se vieron en aflicción, habiéndoseles dicho: No se disminuirá nada de vuestro ladrillo, de la tarea de cada día. 20 Y encontrando a Moisés y a Aarón, que estaban delante de ellos cuando salían del Faraón,

Entraba por la ventana un torrente de luz, y la estancia, casi obscura, se iluminó con melancólica claridad lunar. Los fuegos habían terminado. Centenares de cohetes de arranque, disparados a la vez, salían del atrio.

Acaso nadie se dignará de miraros en mi corte, pero yo á nadie desprecio, y os brindo con mi proteccion. Si ha habido asombros en el mundo, ninguno ha llegado al de los que estas razones oyéron decir, sin poder atinar de donde salian.

Hasta las criadas que acompañaban a las niñas emprendían peleas, asumiendo los odios y preocupaciones de sus amos. También en las escuelas de niños los chuetas salían antes, huyendo de las pedradas y correazos de los cristianos viejos.

Y no había medio de pasar de aquí. Las lágrimas salían a sus ojos, y el nudo de la garganta volvió a apretársele de un modo horrible. En toda su vida, en tiempo alguno, habíase visto la infeliz en trance semejante. La persona que familiar y cariñosamente llamaban algunos la rata eclesiástica, infundíale más respeto que un confesor, más que un obispo, más que el Papa.

Desde allí, después de celebrar siempre una larga y erudita conferencia, frente a los caballos, con parte teórica y parte práctica, salían a pasear su figura y sus profundos conocimientos por la villa, unas veces cabalgando en briosos corceles, otras en una linda charrette, Pablito guiando, Piscis a su lado fijo y absorto en la contemplación amorosa de los traseros de los caballos.

Para acrecentar más el susto, no bien declinaba la tarde salían de sus ocultas madrigueras feos murciélagos, que tenían en el hocico como un hierro de lanza y que se suponía que eran vampiros y vagaban en torno de la nave y hasta se posaban en los mástiles y en las velas. En medio de las tinieblas nocturnas solía oírse el lúgubre silbido de las lechuzas y de los búhos.

La situación no era para menos. Cada dos o tres noches se realizaba algún robo de magnitud, y según los cronistas de esos tiempos, tales delitos salían, en la forma, de las prácticas hasta entonces usadas por los discípulos de Caco.

Momentos después todo era movimiento y confusión; hombres que se acercaban apresuradamente, sombrero en mano, y partían con no menor celeridad; otros que me conducían al restaurant de la estación, jinetes que salían a escape con dirección a los cuarteles, a la catedral, a la residencia del duque Miguel.

Venía el señor del ganado; salían los pastores a recebirle con las pieles de la res muerta; culpaba a los pastores par negligentes, y mandaba castigar a los perros por perezosos; llovían sobre nosotros palos, y sobre ellos reprehensiones; y así, viéndome un día castigado sin culpa, y que mi cuidado, ligereza y braveza no eran de provecho para coger el lobo, determiné de mudar estilo, no desviándome a buscarle, como tenía de costumbre, lejos del rebaño, sino estarme junto a él; que pues el lobo allí venía allí sería más cierta la presa.

Palabra del Dia

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