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Actualizado: 22 de junio de 2025


El airecillo nocturno llevaba calle abajo el picante olor de la cebolla y el hedor de la manteca requemada. Salí de la botica contagiado de tristeza pedagógica. Pensé en mi situación; me puse a cavilar en mi suerte; en que era yo pesada carga para mis tías, las cuales me habían sostenido por tantos años a costa de extremos sacrificios. Aquello no podía seguir así.

Por fin he podido persuadir de la verdad a Luis. Le había dicho, en el viaje, que en este libro tenía escritos mis recuerdos del día en que salí del colegio, y le había prometido dárselo para que los leyera. Su deseo era saber hablaba de él, qué decía de su persona, qué opinión me había inspirado.

Salí de Turin á las tres de la tarde: á las cuatro y media llegamos á Suse, tocando materialmente con el Monte Cenis, y por consiguiente con inmensas alturas que subir.

Salí, pues, con la señora Schwartz, una señora que viene todas las mañanas para acompañarme a la iglesia y a mis clases y que, al mismo tiempo, me enseña el alemán. Serían apenas las ocho cuando llegué a la calle de Verneuil. Me abrió la puerta la señora de Grevillois y pareció muy sorprendida al verme. ¿Luciana? me dijo titubeando.

Durante un mes pude sufrir la lucha entablada entre mi razón y mis celos; pero llegó un día en que me estremecí. Amparo nada me dijo cuando la anuncié este viaje, más que las siguientes palabras: Espero que volverás pronto. Aquella noche salí de Madrid en una silla de postas. Mi resolución era, no volver a ver más a Amparo.

- -respondió Sancho-, y de una ínsula llamada la Barataria. Diez días la goberné a pedir de boca; en ellos perdí el sosiego, y aprendí a despreciar todos los gobiernos del mundo; salí huyendo della, caí en una cueva, donde me tuve por muerto, de la cual salí vivo por milagro. Contó don Quijote por menudo todo el suceso del gobierno de Sancho, con que dio gran gusto a los oyentes.

Esta mañana salí á caballo, costeando el rio agua arriba, y reconociendo el terreno de sus márgenes, y cuanto mas arriba es mejor tierra: caminé como seis leguas, y llegué bordo con una hora de noche. Este dia lloviò mucho, por lo que no pude salir de á bordo. De la misma suerte estuvo lloviendo con los horizontes cerrados. Asimismo se mantuvo lloviendo hasta el mediodia.

Más melancólico de lo que había llegado, salí de Madrid; pasé por Burgos y Vitoria, y de aquí, tomando un coche y dejando otro, llegué a Lúzaro. Los bienes de la abuela tenían que repartirse en partes iguales entre mi tía Úrsula y mi madre.

Era peligroso seguir allí y hundí otra vez las espuelas en los ijares de mi caballo, a la vez que clavaba mi espada en el pecho del rufián que tenía delante. La bala de su revólver me rozó una oreja; tiré de la espada, pero no pudiendo arrancársela del cuerpo la solté y salí a escape en seguimiento de Sarto, a quien divisé en aquel momento a unas veinte varas de distancia.

No es una calaverada; es un deber. ¡Qué dices! Yo salí para salvar a mi amiga de la deshonra, y la deshonrada soy yo. Inés, oye lo que te digo. ¿Estás decidida a casarte con D. Diego? Déjate de simplezas. Pues entonces calla y resígnate a ir a donde yo te lleve.

Palabra del Dia

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