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Actualizado: 22 de junio de 2025
Yo procuraba no darle mucha cuerda a Bárbara, ni dejarme arrastrar por ella, y me decía: «Tengamos serenidad y no chocheemos hasta ver...». Pero pensando en ello, te lo digo ahora en confianza, salí a la calle, me reía solo, y sin saber lo que me hacía, me metí en el Bazar de la Unión y...».
De modo que cuando al caer de la tarde descendimos rápidamente al pueblecito arcadiano de Wingdam, resolví no pasar adelante y salí del carruaje en un estado dispépsico insoportable.
Alfonso nos ha conducido hoy a Saint-Cloud en un cabriolé; es un sitio en el cual pasé la mayor parte del tiempo de mi niñez, cuando mi madre educaba a los hijos del duque de Orleans; en aquellos fui yo extremadamente feliz; salí de allí a los quince años, y desde entonces no había vuelto a ver aquellos lugares, a pesar de que tenía grandes deseos y muy gratos recuerdos de ellos.
»Como las horas se me hacían eternas en casa, salí en carruaje con una de mis tías, mientras la otra se quedaba acompañando a mi madre, no sé cuántas veces, a comprar cosas que no necesitaba y a visitar iglesias en que ni rezaba ni leía. Y lo cierto es que mejor estaban mis negocios para encomendados a Dios, que para otra cosa.
Por fortuna, aunque me esté mal el decirlo, yo soy tan prudente que ni el descuido de mamá ni el inútil amparo de doña Rita pueden perjudicarme. Y cuenta que me he visto, desde que salí hace tres meses al mundo, en ocasiones peligrosas. Si mamá tiene sus secretos y se los calla, yo también tengo el mío y me le callo, usando de represalias. Mi secreto es un novio... y guapísimo.
No quise llamar a Matilde; pero espié sus pasos, y, cuando la vi en el patio, salí de mi cuarto metiéndome los guantes y me hice el encontradizo. ¿Va usted a dar un paseíto? me preguntó como si nos tratásemos hacía años. Voy a ver un poco las calles hasta la hora de comer... ¿Usted sabe dónde está un convento que se llama, según creo, del Corazón de María? le pregunté afectando gran indiferencia.
Sólo el señor de Ramírez estaba muy formal, y apaciguaba a los alborotadores. «No hay que asombrarse, no hay que asombrarse; yo les contaré a ustedes una cosa que me pasó a mí cazando, que es más rara todavía que la del señor de Castrelo». El canónigo empieza a escamarse y la gente a atender. «Sabrán ustedes que una mañana salí yo al monte, y, entre unas matas, oí así... un ruido sospechoso.
¿Jenny Hawkins? La misma. No he de andar en hipocresías contigo. Hacía dos meses que mi futuro suegro me llevaba dando tumbos por sus ranchos, lo que me resultaba monótono. Aquella muchacha me hizo una acogida calurosa y la ocasión, la primavera... Salí de toda aquella cuaresma americana con una buena cena á la europea... ¿Estabas entonces en el cuarto cuando yo entré?
Salí de la India para pasar á Europa, trocando las escenas salvajes por las arias y overturas de la civilización refinada; y á fe que no gané gran cosa con el cambio. La música inglesa, á juzgar por aquel concierto ruidoso, no es muy delicada ni noble.
Pero quisiera pagaros ahora mismo; ¡odio las deudas!... Existe un medio, quizá, sin vender los terrenos... Richard, ¿queréis ser mi marido?» Sí, señor cura dijo madama Scott, riendo, fui yo quien salí al encuentro de mi marido: yo quien le pidió su mano; esto lo podéis decir a todo el mundo, porque es la verdad.
Palabra del Dia
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