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Actualizado: 24 de julio de 2025
Formaban la comitiva, entre otros, el novio, el propio capitán Núñez, con aquellos de sus compañeros menos propicios al sexo femenino, Granate, D. Enrique Valero, Saleta, Manín y otros pocos. Al conde no se le pudo arrastrar porque no se le halló. Se dijo que estaba dando órdenes a los criados y vigilando algunas obras allá lejos, pero no se le halló tampoco en ellas.
Saleta prosiguió imperturbable describiendo el hallazgo, la forma, el peso, cada uno de los adornos; no se le olvidó un pormenor. Y Valero mientras tanto no apartaba de él la mirada, sacudiendo la cabeza con creciente irritación. Todas las noches pasaba lo mismo.
Cuando había otros acompañantes en Gasparini, o cuando se consideraba perjudicial la conversación muy prolongada, Pez se iba a la Saleta o a Embajadores, donde Rosalía, hallándole al paso, cambiaba algunas palabras con él. Notaba la dama en su amigo un mudo y ceremonioso respeto, y las galanterías con que la obsequiaba eran siempre caballerescas y de estilo un tanto rebuscado.
«Bailen, corran; la casa es de ustedes, niñas queridas» decía Thiers sin apartar la vista de los átomos que pegaba sobre el vidrio; y ellas lo tomaban tan al pie de la letra que corrían danzando de Gasparini a la Saleta y a saltos se metían en el Camón y en Columnas. Pues digo... cuando les daba por revolverle a Isabelita sus muñecas, era lo de empezar y no concluir.
Nos hace falta un cuarto dijo apretando con efusión la mano del conde. Sí, sí, a ver si cambia la suerte... Moro nos está llevando el dinero bravamente dijo un viejecito de cara redonda, fresca, rasurada, el pelo blanco y los ojos claros y tiernos. Tenía marcado acento gallego. Se llamaba Saleta y era magistrado de la audiencia y tertulio asiduo de la casa de Quiñones. ¡No tanto, Sr.
Villamelón no le dejó respirar; apenas si pudo cruzar una cariñosa sonrisa con la dama, un apretón de manos con Martínez, y el impaciente padrino, tirando de él a la rastra, llevóselo por la puerta de la Saleta.
Hallábanse abiertas todas las puertas de la antecámara, excepto la de la Saleta, y apiñábanse detrás de las cortinas las familias y amigos de los Grandes, deseosos de contemplar el señoril espectáculo. Ante la puerta de la cámara veíase una mesa cubierta por rico paño de terciopelo granate, y un gran sitial destinado al rey.
Con esto se manifestó él conforme, dando un gran suspiro, y sostuvo que para lo que necesitaba más paciencia y fuerza de voluntad era para reprimir su afán de enterarse de todo y de dar órdenes. Mientras esto se hablaba en la oscura alcoba, Rosalía cuchicheaba con Torres en la Saleta.
Valero comenzó a sacudir la cabeza de un modo desesperado. Los demás le miran y sonríen. Saleta no lo advierte, o finge no advertirlo, y continúa con la palabra firme y sosegada y el acento gallego que le caracterizaban: Después perdí enteramente el miedo. En la Coruña me sacó un dentista cinco seguidas.
Una elevadísima persona; eso es prosiguió después de una pausa, con el mismo sosiego impertinente. Bien fácil era, por cierto, adivinarlo fijando un poco la atención en los rasgos de su fisonomía, enteramente borbónicos. El estupor de los circunstantes fue profundo. Se miraron unos a otros con una leve sonrisa burlona que, como de costumbre, Saleta pareció no advertir.
Palabra del Dia
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