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Actualizado: 24 de octubre de 2025


¡Atiza! exclamó Valero. ¡Abra uzté el paragua, D. Zanto! El niño se murió a los dos meses prosiguió imperturbable Saleta. Por cierto que cuando lo llevamos al cementerio se unió a la comitiva un coche que nadie supo a quién pertenecía. Yo lo conocí porque lo había visto en las Caballerizas reales, pero me callé. ¡Ya ezcampa! murmuró Valero. Bien, Saleta, ya nos contará usted de día eso.

Como lo denunciaba su acento, de lo más cerrado y ceceoso que puede oírse, era andaluz y de la provincia de Málaga. No lo todo, amigo Valero repuso con calma Saleta; pero conozco perfectamente la historia de mi país y las particularidades referentes a mi familia. ¿Y qué tiene que ver zu familia con ezo de lo zuevo, compañero?

A las dos en punto entró este por la puerta de la cámara, seguido del mayordomo mayor, el Grande de servicio, los ayudantes y todos los Grandes ya cubiertos; vestía el rey uniforme de capitán general y traía el tricornio en la mano. Sentóse y cubrióse, y los Grandes se cubrieron y quedaron en pie a uno y otro lado de la Saleta. Iba a comenzar la ceremonia.

Era tan insólito que un gallego se atreviese a bravear de exagerado y embustero delante de un andaluz, que éste, herido en su amor propio y en los fueros de su país, llegaba en ocasiones a enfadarse, dudando si Saleta era un tonto o por tales tenía a los que le escuchaban.

Apúrase en él la materia de tal manera, que sólo me atrevo á añadir las dos notas siguientes: La comedia de Vicente Suárez, Amor, ingenio y mujer en la discreta venganza, en la cual se mencionan muchos títulos de comedias, está impresa en la Parte primera de los donaires de Terpsícore, compuesta por D. Vicente Suárez de Deza y Avila, ugier de Saleta de la Reina, fiscal de las comedias en esta corte: Madrid, 1663.

Pero más tarde, después del regreso de Bringas y del largo párrafo que él y Pez echaron sobre las cosas políticas, Rosalía tuvo ocasión de cambiar con su amigo más de una palabra en la Saleta, secretamente, con lo que él puso punto a la visita y se retiró. Más bien triste que alegre estuvo la Pipaón toda aquella tarde y noche.

El conde se veía apurado y contestaba vagamente a las preguntas. Pues contra ese mal, señor conde apuntó Saleta, no hay mejor medicina que el hierro. Verá usted... Yo he padecido muchísimo de las muelas siendo estudiante.

Se comió como en un banquete de la Iliada. Pero el Aquiles de esta formidable pelea fue Manín, el bárbaro Manín, que, al decir de los que estaban a su lado, se comió once calabacines rellenos. Verdaderamente Manín era digno de ser llamado, si no suevo, ya que esto ofendía al señor Saleta, por lo menos longobardo. Se habló y se gritó como en una plazuela. Las tres hadas del Jubilado, que tanto habían ganado desde que Fray Diego echó la bendición a su hermana en inocencia y gracia infantil, tiraban bolitas de pan a los oficiales.

A estos solía unirse algún ayudante de cocina, que gozaba de catorce mil, y algún ujier de Saleta, que percibía nueve mil. En dichas tertulias se hablaba del calor que había hecho por el día, de la Corte, que ya había salido de la Granja para Lequeitio, y de otras menudencias del personal y de la casa.

Hállase tapizada toda la pieza de rica tela azul muy oscura, con grandes flores de lis, y las iniciales A y B entrelazadas y realzadas en terciopelo; cuatro grandes retratos de Carlos IV y María Luisa, Fernando VII y la reina Amalia III ocupan los huecos correspondientes a uno y otro lado de las puertas de la cámara y la Saleta.

Palabra del Dia

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