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Actualizado: 7 de junio de 2025
En esta vida tan sin emociones, el juego sacude los espíritus enervados, el licor enciende las imaginaciones adormecidas.
Ahora dobla como yo..., así..., una punta con otra... Bien, ahora tira otra vez..., más..., más todavía... ¡Basta!... Ahora vuelve a doblar..., tira otra vez... ¡Bastante!... Acércate ahora a mí... Trae... Esto corre ya de mi cuenta... Vamos a otra... Toma las dos puntas..., sacude bien y estira... Ten cuidado que ésta tiene guarnición..., no vayas a romperla... Estas son las sábanas de mamá y María.
Aquí ponía Pedro López cuatro líneas de puntitos suspensivos, y añadía luego: «Nosotros oímos sus palabras, y un rayo de celeste esperanza se deslizó en nuestro pecho». Más puntitos suspensivos. «El villano atentado del gobernador de Madrid ha sido el primer paso dado hacia el Terror... Mas ¡renazca la esperanza! ya ...El león de Castilla Sacude la melena!!!»
Y entonces, ¡cuán profundo es el éxtasis de ese su sueño! De mañana, ellas se levantan, y su velo lunar vuela por los cielos mientras se agitan como pálido albatros al soplo de la tempestad que las sacude como a casi todas las cosas.
Con el elefante no hay que jugar, porque en la hora en que se le enoja la dignidad, o le ofenden la mujer o el hijo, o el viejo, o el compañero, sacude la trompa como un azote, y de un latigazo echa por tierra al hombre más fuerte, o rompe un poste en astillas, o deja un árbol temblando.
Aquella sacude su manto de nieve, y bosques, céspedes, cascadas y lagos, reaparecen bajo los rayos del sol. El hombre se ha librado ya en el valle de los montones de nieve que le estorbaban. Ha barrido el umbral de la puerta, ha reparado los caminos, ha limpiado el techo y el jardín, y después espera que el sol haga lo demás.
Tiene razón exclamó el hidalgo de Limioso, enderezando la cabeza y dilatando las ventanillas de la nariz con altanera expresión, muy desusada en su lánguida y triste faz . A esa gente, a palos y latigazos se les sacude el polvo. Y al decir fuera el alma, persignóse el señorito.
El ventisquero que no deja de andar, y cuya hendida masa vibra con estremecimiento continuo, sacude el manto de nieve que lo cubre: aquí y allá se hunden las bóvedas y caen en grandes trozos en las profundidades de las grietas. Muchas veces no quedan más que estrechos puentes por los que no se anda sin haber probado con el pie la solidez de la nieve.
Apenas sirvieron la sopa, se dejó oír el himno de D. Gaspar. Comenzaba por una especie de recitado de notas lúgubres, prolongadas, ejecutado por un tenorete, ebanista de oficio. Decía, si no recordamos mal: «Peñascosa, triste ayer, Hoy venturosa, Sacude la apatía en que vivió, Y se lanza al progreso entusiasmaaaada Y se laaaanza al progreso con ardor.»
Dos hijas lloraban abrazadas en un rincón: la mayor, más valiente, le acariciaba con la mano los cabellos, o lo entretenía con frases zalameras, mientras le preparaba una bebida; de pronto, desasiéndose bruscamente de las manos de doña Andrea, abrió don Manuel los brazos y los labios como buscando aire; los cerró violentamente alrededor de la cabeza de doña Andrea, a quien besó en la frente con un beso frenético; se irguió como si quisiera levantarse, con los brazos al cielo; cayó sobre el respaldo del asiento, estremeciéndosele el cuerpo horrendamente, como cuando en tormenta furiosa un barco arrebatado sacude la cadena que lo sujeta al muelle; se le llenó de sangre todo el rostro, como si en lo interior del cuerpo se le hubiese roto el vaso que la guarda y distribuye; y blanco, y sonriendo, con la mano casualmente caída sobre el mango de su guitarra, quedó muerto.
Palabra del Dia
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