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Actualizado: 25 de junio de 2025
31 Entonces sus siervos le dijeron: He aquí, hemos oído de los reyes de Israel, que son reyes clementes; pongamos pues ahora sacos en nuestros lomos, y sogas en nuestras cabezas, y salgamos al rey de Israel; por ventura te dará la vida. Y él respondió: Si él vive aún, mi hermano es.
Eran onzas, doblones de a ocho, cruzados portugueses, montones de oro que sacaban anualmente de su encierro subterráneo para que se airease y solease. Y el alférez y su esposa vigilaban impasibles esta operación tradicional, como si su servidumbre removiese sacos de trigo para el consumo de la casa.
El se aprovechó de esto, menudeando sus visitas á la casa de la avenida Víctor Hugo, para descender por la escalera de servicio grandes paquetes que engrosaban las provisiones del estudio. Todas las alegrías de una buena ama de llaves las conoció al contemplar los tesoros guardados en su cocina: grandes latas de carne en conserva, pirámides de botes, sacos de legumbres secas.
Los miles de ómnibus, porque se cuentan por miles los que circulan por todas las calles, ofrecen algo de nuevo para el que guste de hacer observaciones, enfermedad que yo tengo en sumo grado; puede decirse con toda propiedad que los habitantes de Lóndres están viajando todo el año sin salir de la capital de Inglaterra: vense en todos los ómnibus señoras que entran y salen con sus pequeños sacos de noche, lo mismo que en las diferentes líneas de caminos de hierro que dentro de Lóndres hay, para ir de un barrio á otro.
Todo el dinero que ganan los gallegos en América viene luego aquí, a mover nuestra industria. Y no es sólo dinero lo que los indianos hacen circular entre nosotros, sino también espíritu de progreso y de tolerancia. Con su acento absurdo, diciendo San Jorge de Bolsas en vez de San Jorge de Sacos, y cosas por el estilo, los gallegos que vuelven de América están modernizando Galicia.
Así como descendieron por la Ribera de Curtidores, se achicó el panorama, fue hundiéndose, hasta ocultarse detrás de los tejados de los almacenes que cerraban el fondo de la calle. A ambos lados, bajo toldos de lienzo blanco o de sacos obscuros, estaban los puestos de los chamarileros tradicionales, que viven todo el año en el Rastro.
Domingo 16, corrieron á palo seco hasta las dos de la tarde. En toda la noche precedente, y parte de este dia, eran tan récios los golpes del mar, que entraban por una y otra banda del navio, llenándose todo de agua. Los sacos, cajas y arcas rodaban de parte á parte, y algunos caian sobre la gente, sin poder nadie sosegar ni parados ni sentados, ni aun echados.
Esta tarde me encontré con un amigo, escribiente en una oficina, y hablando del asunto, me ha dado la clave: lo ha sabido por unos empleados... ¿Quién creen ustedes que ha puesto los sacos de pólvora? Muchos se encogieron de hombros; solo Capitan Toringoy miró de soslayo á Isagani. ¿Los frailes? ¿El chino Quiroga? ¿Algun estudiante? ¿Makaraig? Capitan Toringoy tosía y miraba á Isagani.
Se pasaba horas enteras embobado, fija la vista maquinalmente en los racimos de uvas de cuelga que pendían del techo, o en los sacos de café hacinados en el ángulo más obscuro de la lonja, y sobre los cuales acostumbraba la difunta sentarse para hacer calceta.
La carretera estaba atestada de carromatos, carretas y ómnibus, que conducían al valle de Baztán para las tropas fardos de zapatos, sacos de pan, cajones de galleta de Burdeos, esparto para las camas, barriles de vino y de aguardiente. El camino estaba intransitable y lleno de barro.
Palabra del Dia
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