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Actualizado: 24 de julio de 2025
Algunos años antes, había emprendido con un camarada tan loco como yo, a través de Alsacia, Suiza y el Ducado de Badén un verdadero viaje de buhonero, con el saco a cuestas, a jornadas de doce leguas, rodeando las poblaciones de las cuales sólo deseábamos ver las puertas, y marchando siempre por sendas y atajos sin saber a dónde nos conducirían.
Ha tenido por consecuencia que extenderse á lo ancho y, rodeando piedras y arrastrando tierras vegetales, se ha dividido en numerosos hilos de agua, procurándose cada cual un curso favorable para llegar al punto de caída.
Apártese usted que voy a dividirle por la mitad. Rabioso... exclamó Juanito riéndose y rodeando el cuello del perro con uno de sus brazos,¿rabioso, y me lame las manos y se echa temblando a mis pies para que le proteja? Bah, tú sí que estás rabioso, mi buen Cachucha; si te vieras la cara en el espejo, de seguro te darías miedo a ti mismo.
Ahora de mucho, de todo, Catalina mía dijo Quevedo, rodeando la cintura de la condesa, que se estremeció. Cuenta conmigo. Cuidado con lo que ofreces dijo Quevedo. Todo cuanto yo pueda es tuyo. ¿La ambición de tu padre?... Sí... ¿La vida de tu esposo?... Sí, y cien veces sí. Pasó algo terrible, inmenso, doloroso, por el alma de Quevedo, esto es, por sus ojos.
Y era que doña Catalina, verdad para él, le arrastraba con su influencia, le llevaba por el camino de la verdad. Creo que yo te puedo servir de algo, don Francisco dijo la condesa dejando su asiento, dando vuelta á la mesa, rodeando con un brazo el cuello de Quevedo y asiendo una de sus manos.
Debilitado por las fatigas y las veladas, incapaz de dominar ya sus nervios, exasperados más aún por las palabras del señor Aubry, trastornado por el contacto de María Teresa que, desfallecida, se apoyaba sobre él, Juan, no pudo resistir. Rodeando a la joven con sus brazos, la estrechó, y con voz ardiente y apasionada, soltó al fin su secreto: ¡María Teresa, yo la amo!
Sí, sí exclamó don Juan engañado por las palabras de Dorotea ; no nos separaremos jamás. Sí dijo Dorotea rodeando un brazo tembloroso al cuello de don Juan ; vamos á separarnos muy pronto, porque no me he desposado contigo; me he desposado con la muerte. Ahora déjame orar; no acabes de perderme. ¡Con la muerte! gritó don Juan. Sí, el dulce que acabo de comer estaba envenenado.
La enlacé estrechamente y la imaginación debió traerme, como una brisa en aquel momento, el suave perfume de Fernanda. Blanca reclinó su mejilla sobre mi hombro, el muelle contacto de sus senos estremeció mi pecho, tomele la mano con fuerza y rodeando su talle flexible y admirable, la danza lasciva nos arrebató en su torbellino.
Porque Federico lleva consigo a Dresde todos los años una cajita; en ella una rosa y, rodeando el tallo, una esquela diminuta que sólo contiene estas palabras: «Rodolfo Flavia siempre.» Yo le envío con Federico idéntico mensaje. Estos y los anillos que ella y yo llevamos, constituyen todo lo que hoy me une a la reina de Ruritania.
María Teresa se inclinó y rodeando con su brazo la cabeza de su padre, lo contempló con inquietud. Aquella fisonomía dolorosa, poblada por una barba gris y mal cortada ¿era el rostro de antes? Tan rápido cambio, en un ser tan querido, la conmovió profundamente.
Palabra del Dia
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