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Inés me miró un rato casi como a un extraño, y apartando bruscamente mi mano y el cigarro, su voz se rompió: ¡Esteban! Qué torné a decirle. Esta vez bastaba. Dejó lentamente mi mano y se reclinó atrás en el sofá, manteniendo fijo en la lámpara su rostro lívido. Pero un momento después su cara caía de costado bajo el brazo crispado al respaldo. Pasó un rato aún.

Después, en la lejanía de un campo, junto a unos murallones de ladrillo, se alza un tablado, encima del cual, destacando sobre el cielo, se ven cuatro hombres que sientan a otro por fuerza en un banquillo, tras el cual, a manera de respaldo, hay un madero tieso... ¡Qué horrible pesadilla!

El primero, por orden cronológico, entre los estudiados ya, es una carta, en cuya dirección escrita en el respaldo se lee la fecha correspondiente al año 873 de nuestra Era. Hay después un fragmento de contrato del año 909.

A continuación venía el respaldo del hueco de la escalera por la que los arzobispos descienden desde su palacio a la iglesia, un muro de junquillos góticos y grandes escudos, y casi a ras del suelo, la famosa «piedra de luz», delgada lámina de mármol transparente como un vidrio, que alumbra la escalera y es la principal admiración de los rústicos que visitan el claustro.

No había otra señora que la duquesa, que presidía en un sillón de alto respaldo, a manera de sitial. Los demás, a un lado y otro de la duquesa, formaban en semicírculo, fumaban y tomaban café, y bebían licores de unas mesitas colocadas a trechos. También la duquesa fumaba, y no un cigarrillo, sino un cigarro puro nada flaco.

No, Ernestina dijo por fin, tuteando a su mujer . Nunca nos uniremos. Te conozco: todas sois iguales. Es mentira lo que dices. Sigue tu camino, como si no nos conociéramos... Pero no pudo continuar. Su mujer le volvía ahora la espalda. Lloraba descansando la cabeza en el respaldo del asiento, y su enguantada mano introducía el pañuelo bajo el velillo para secarse las lágrimas.

La marquesa de Vegallana, todavía de azul eléctrico, se levantó de su silla de raso carmesí con respaldo de nogal, y abrazó sin que pareciera mal, a su querida Anita. Hija, gracias a Dios, creía que era el desaire ciento uno. La Marquesa también había puesto empeño en que Ana asistiera al baile y a la cena, «que tendría la élite en petit comité». Todos estos galicismos los había importado Mesía.

¿Y tan conformes los dos? dijo la otra, mirando a Sagrario con los ojos un poco fruncidos, mientras se abanicaba lentamente y se recostaba contra el respaldo del sillón. Tan conformes repitió la novia. ¡No es poca fortuna! añadió su amiga sin cambiar de postura ; sobre todo, para ti. Y para él ¿por qué no?

En aquel instante la joven sintió que le abandonaban todas sus fuerzas. El corazón comenzó a darle fuertes golpes en el pecho. La habitación se movía suavemente como la cámara de un buque. Se vio obligada a sujetarse con las dos manos al respaldo de una butaca para no venir al suelo.

El coronel... ¿Dónde diablos estará el coronel? Atraviesa las salas de juego, buscando una cabeza de pelo canoso partido en dos secciones brillantes por la raya que se tiende rígida de la frente á la nuca. La ve al fin sobre el respaldo de un diván, entre dos sombreros de mujer, cuatro ojos orlados de luto y unas mejillas con las arrugas rellenas de pasta blanca y pasta rosa.