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Actualizado: 9 de junio de 2025
Perdóname el haberte engañado y procura ser feliz, como lo desea tu mejor amigo Luis.» Trazó los renglones de esta carta con mano trémula. Antes de terminar, algunas lágrimas asomaron a sus ojos. Josefina duerme. El noble maestrante fácilmente dio con el autor de su deshonra. Así que leyó el anónimo y se recobró del susto, sus sospechas fueron a parar al conde de Onís.
Ve a mi biblioteca y tráeme el libro de Los Reyes contemporáneos y el Almanaque astronómico. Venidos que fueron estos volúmenes, hojeó la Princesa el de Los Reyes, y leyó en alta voz los siguientes renglones: «El mismo día en que murió el Emperador chinesco, su único hijo, que debía heredarle, desapareció de la corte y de todo el imperio.
Quevedo salió y se encaminó á casa del duque de Lerma, en cuya portería escribió la carta en tres renglones que le abrió paso hasta el despacho del duque. Recibióle Lerma afablemente y le mostró la carta que acababa de leer. Explicadme esto, don Francisco le dijo. La explicación está en estos sangrientos papeles dijo Quevedo entregando al duque los que llevaba en la mano.
De los renglones más necesarios a la conservación y comodidad de los hombres sólo faltan dos en esta provincia, que son la sal y la cal; del primero es preciso abastecerse de Buenos Aires o del Paraguay, y el segundo se suple, para blanquear las iglesias y habitaciones, con caracoles grandes calcinados, que los hay en los campos con mucha abundancia, y de ellos se hace exquisita cal, pero ésta sólo alcanza para blanquear y no más.
Al dársele, díjole el sacerdote con sentenciosa convicción: Le abrirás «a bulto» y leerás todos los días los renglones que la Providencia te ponga delante de los ojos...: esa es la fija...; así Dios te adivinará las necesidades diarias de tu vida y te dará paz y consuelo.
Con dos renglones de secreta tinta hacen mas mal que la langosta fiera: hidra que tala cuanto el Mayo pinta. Son ya ministros de mayor esfera, y pretenden con brazo poderoso violar la paz que la razon venera. Andan á paso lento y perezoso, y quieren adquirir á costa ajena del santo honor el trono misterioso.
Cuando Marroquín escribía, uno de los trabajos mayores era pelear con aquel vello de la muñeca, que le borraba a lo mejor los renglones: no tenía otro remedio que metérselos a cada momento debajo del puño de la camisa; pero a veces se impacientaba terriblemente. ¡Estos pelos indecentes!
Fue la señora de Aymaret mandada a buscar en seguida, quien encontró sobre la mesa del taller, y entregó a Beatriz, estos cuatro renglones: «Beatriz, hubiera querido evitarte este duelo... pero habría creído ser débil al ceder... Sí, creo que tu corazón al fin se ha abierto al mío, creo que me amas... Pero, ¿continuarías amándome mañana?... ¿Debiendo mi vida al hombre que me ultrajó tan cruelmente?... Lo dudo, y muero.»
La muchacha se dormía por las noches apenas deletreaba él a la luz del candil alguno de los folletos de la buena época, los renglones cortos de Barcia, que le entusiasmaban como una resurrección de su juventud.
Entónces, ¿cómo explican ustedes que me envíe este billete? preguntó, y alargó el papel al Prefecto, quien leyó en voz alta los siguientes renglones: "Estimado Padre Rodríguez: Le ruego se sirva dar cristiana sepultura al portador de la presente. Su afmo. Hermano en Xto. Alonso Hurtado, S.J." Hubo un silencio.
Palabra del Dia
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