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Actualizado: 27 de mayo de 2025
Porque para el joven fiscal la mujer con quien hablara era su contrario y se creía en el caso de envolverla en los pliegues de su lógica y estrecharla de cerca hasta que la rendía lo mismo que a un litigante rebelde. De este modo pensaba captarse la admiración y el respeto del sexo femenino.
Y cuando no los subyugaba ni los rendía el influjo encantador de la aventurera italiana, acudían en tropel a atormentarlos mil amargas cavilaciones que le herían y emponzoñaban el alma y sacaban a su rostro el color rojo de la vergüenza. ¿Qué héroe de tan ruin condición era él cuando tal dama llevaba consigo?
Aquel pensamiento fijo, único, que las embargaba hacía ya tanto tiempo, iba convirtiéndose en un clavo doloroso en la frente. Pero D. Cristóbal ni se rendía ni se le pasaba por la imaginación el capitular. Creía siempre a pie juntillas en el marido de sus hijas, y lo anunciaba con la misma seguridad que los profetas del Antiguo Testamento la venida del Mesías.
Yo me levantaba en la casa antes que nadie, me recogía la última, interrumpía el mejor sueño para dar de beber a las caballerías, pasaba todo el día jabonando ropas, midiendo semillas y trasladando fardos; en fin, me rendía a fuerza de trabajar, y todo sin una queja.
Irritaba a la de Quintanar esta insistencia de sus ensueños. ¿De qué le servía resistir en vela, luchar con valor y fuerza todo el día, llegar a creerse superior a la obsesión pecaminosa, casi a despreciar la tentación, si la flaca naturaleza a sus solas, abandonada del espíritu, se rendía a discreción, y era masa inerte en poder del enemigo?
Afectaba exceso de pasión; una noche de caricias suyas rendía más que tres días de caza. ¿Alberta? El tipo de la gran señora frustrada; no era cortesana por miedo al trabajo, sino por ansia de brillar; hablaba inglés y francés; leía a Byron y Musset en el original; el membrete de sus cartas ostentaba este lema: Una para todos y todos para una.
Pero entre tanto Vetusta era su cárcel, la necia rutina, un mar de hielo que la tenía sujeta, inmóvil. Sus tías, las jóvenes aristócratas, las beatas, todo aquello era más fuerte que ella; no podía luchar, se rendía a discreción y se reservaba el derecho a despreciar a su tirano, viviendo de sueños.
Mientras la humanidad, enardecida por el soplo carnal del Renacimiento, admiraba a Apolo y rendía adoración a las Venus descubiertas por el arado entre los escombros de las catástrofes medioevales, el tipo de suprema belleza para la monarquía española era el ajusticiado de Judea, el Cristo polvoriento y negruzco de las viejas catedrales, con la boca lívida, el tronco contraído y esquelético, los pies huesosos y derramando sangre, mucha sangre, el líquido amado por las religiones cuando apunta la duda, cuando la fe flaquea y, para imponer el dogma, se echa mano a la espada.
Se hallaban delante de una casucha solitaria, sobre cuya puerta tremolaba una banderita blanca y encarnada, dando testimonio de que allí se rendía culto a Baco. No tomo nada, pero bajaré a acompañarle a usted. Me está lastimando el diablo de la silla. No perderá usted el tiempo dijo Celesto acercándose a tenerle el estribo y bajando cuanto pudo la voz.
Al fin cesó en su cháchara, porque le rendía el sueño, ayudado por el ron. A fin de no aletargarse del todo en la comodidad del lecho, tendióse en el banco del comedor, poniendo por almohada una cesta. El señorito, cruzando sobre la mesa ambos brazos, había dejado caer la frente sobre ellos y un silbido ahogado, preludio de ronquido, anunciaba que también le salteaba la gana de dormir.
Palabra del Dia
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