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Al caer Napoleón, recogió en el Congreso de Viena la hegemonía continental, y se batirá por conservarla. Pero ¿qué vale su energía?... Como dice nuestro Bernhardi, el pueblo inglés es un pueblo de rentistas y de sportsmen. Su ejército está formado con los detritus de la nación. El país carece de espíritu militar.

Duró la batalla casi media hora; saliéronse las fantasmas, recogió doña Rodríguez sus faldas, y, gimiendo su desgracia, se salió por la puerta afuera, sin decir palabra a don Quijote, el cual, doloroso y pellizcado, confuso y pensativo, se quedó solo, donde le dejaremos deseoso de saber quién había sido el perverso encantador que tal le había puesto.

722 Yo anduve ansí como todos, hasta que al fin de sus días supo mi suerte una tía y me recogió a su lado; allí viví sosegado y de nada carecía. 723 No tenía cuidado alguno ni que trabajar tampoco, y como muchacho loco lo pasaba de holgazán; con razón dice el refrán que lo güeno dura poco.

Entonces dijo Ido, fatigado de aquel relato incoherente, y de aquel vocabulario grotesco , recogió usted a ese precioso niño... Buscaba Ido la novela dentro de aquella gárrula página contemporánea; pero Izquierdo, como hombre de más seso, despreciaba la novela para volver a la grave historia.

Mi tutor se llamaba Ulpiano García Pignorado, pero todo Madrid le designaba por el segando apellido; Pepe ponía naturalmente después del García paterno el apellido de su madre: además, al morir mi tutor, Pepe vino de Londres, recogió su herencia y se volvió al extranjero: viajó mucho y en Roma, por un donativo que hizo al Papa durante una peregrinación, consiguió titularse con el nombre de una dehesa de Manjirón que tenía cerca del Escorial.

En la Venta de la Mora se hizo alto: la cuerda se recogió a un lado del camino, en un repecho: los soldados desataron los cabos de bramante, y luego, apartándose y formando extenso círculo en torno de los presos, colocaron centinelas.

Recogió Gallardo muleta y estoque, arregló cuidadosamente el trapo rojo, y otra vez fue a colocarse ante la cabeza de la fiera, pero con menos serenidad, dominado por una cólera homicida, por el deseo de matar cuanto antes a aquel animal que le había hecho huir a la vista de miles de admiradores.

Recogió los papeles, los guardó cuidadosamente en lo interior de su ropilla y en sus bolsillos el aderezo de su madre. Luego dijo levantando los ojos hacia el cocinero mayor: Señor Francisco Montiño, me pesa mucho el no poder seguir llamándoos tío; pero no lo sois y me veo obligado á tener paciencia. ¡Obligado á tener paciencia, Dios de bondad, y os encontráis casi un príncipe!

La joven replicó con energía que el guasón era él y que bastaba de bromas, que no estaba dispuesta a tolerarlas en esa materia. El duque insistió todavía; pero viendo la indignación real de su querida y no teniendo dato alguno para suponer que fuese ella quien le sustrajo la cartera, recogió velas. En cuanto perdió esta esperanza, su rostro se nubló de nuevo.

Aquellos diputados, aquellos escritores, aquellos políticos eminentes que veía en torno suyo, le daban miedo. Pero él tenía mucho corazón, y logró dominarse un poco. ¿Pero cómo iba á empezar? ¿Qué iba á decir? En un supremo esfuerzo de inteligencia recogió sus ideas, formuló mentalmente una oración, miró al auditorio... El auditorio le miró á él, y observó que estaba pálido como un cadáver.