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Actualizado: 19 de mayo de 2025
Podía haberse desprendido de él, continuando su camino; pero se mostraba indignado por semejante broma y prefería hablar inmediatamente á la revoltosa muchacha. Venga usted aquí dijo ella sonriendo, mientras recogía dulcemente casi toda la cuerda . ¿Cómo se atreve á ir con esa... mujer, sin pedirme antes permiso?
La audacia con que se recogía la falda, marcando las curvas más opulentas de su cuerpo y dejando al descubierto gran parte de las medias, irritaba a las mujeres. ¡Vaya usted con Dios, marquesita salerosa! dijo Fermín cerrándola el paso.
Que se abra esa suscripción dijo uno . Yo doy dos pesetas. Que se abra... Yo no doy nada dijo otro. Pensé que todo aquello era pura broma. Así que mi estupor fue grande cuando observé que, efectivamente, a presencia de todos, se recogía el dinero.
Yo que, guiado por el amor, había penetrado de golpe en lo más íntimo y profundo de aquella naturaleza ardorosa, perfumada, palpitante, dejando perderse en ella mi ser antiguo, grave y soñador, de hombre del Norte; yo, que aspiraba y recogía por todos los poros la vida andaluza, como si aquella fuese mi patria verdadera y a la cual fuera restituido después de muchos años de ausencia, me encontraba ahora despegado, solitario.
Bueno, bueno... Pues ponte a trabajar para la averiguación de dónde está la tinaja llena de dinero. Yo vendré a sacarla, y como sea verdad, a casarnos tocan». Diciéndolo, recogía en su cesta los restos de comida para marcharse.
Costáronme veinte y cinco ó treinta reales: eran más para ver que cuantos tiene el Rey, pues por éstos se veía de puro rotos y por esotros no se verá nada. Sucedióme un día la mejor cosa del mundo, que aunque es en mi afrenta la he de contar. Yo me recogía en mi posada el día que escribía Comedia al desván, y allí me estaba, y allí comía.
Corriendo los días y rodando los expedicionarios, tan pronto en un puerto de mar como en una estación de secano, arrastrándose más que caminando la marquesa, a quien apenas bastaba una semana de reposo por cada hora de jornada, ninguno de los tres recogía el fruto sazonado de sus ilusiones: el padre, por lo que se ha visto; la madre, por lo que fácilmente se adivina, por enormes que sean las dosis de vanidad y de tonta presunción de que la supongamos henchida, y la hija, porque a medida que el tiempo pasaba sin que se cumpliera la promesa que en Madrid había hecho Pepe Guzmán de encontrarse con ella «donde menos lo pensara», crecían sus impaciencias «por el natural e insignificante deseo de salirse con la suya»; y la suya era que no se encontraría en parte alguna de su expedición veraniega con Pepe Guzmán; y no encontrándose con él, estaba autorizada para decirle, en broma, por supuesto, en cuanto le viera en Madrid: «¡valiente palabra es la palabra de usted!» Y con esta sola preocupación, se pagaba bien poco de todo lo que hallaba al paso; de preparar el éxito de sus exhibiciones en playas, alamedas y espectáculos, y mucho menos del tributo ofrecido a su belleza por la turba de tenorios contrahechos que a eso van a los «centros elegantes», y aun por otros admiradores de más seso y mejor arte.
Cuando al cabo de un rato largo levantó la cabeza, el susto que recibió le hizo dar un salto en la silla. D. Álvaro se estaba muriendo. Tenía la boca abierta y recogía en silencio el aire, que ya no bastaba a mover sus deshechos pulmones. ¡D. Álvaro! ¡D. Álvaro! le gritó, sacudiéndole. No respondió. El P. Gil cogió el abanico que estaba sobre la mesa de noche y se apresuró a darle aire.
597 A la primer puñalada el pampa se hizo un ovillo; era el salvaje mas pillo que he visto en mis correrías, y, a más de las picardías, arisco para el cuchillo. 598 Las bolas las manejaba aquel bruto con destreza; las recogía con presteza y me las volvía a largar, haciéndomelas silbar arriba de la cabeza. 599 Aquel indio, como todos, era cauteloso... ¡Ahijuna!
Si tú quieres... No hay necesidad... Acaso te cause repugnancia... Pero Cecilia ya se había acercado a la cama y recogía las hilas, la pomada y las tijeras, poniéndolo todo en orden. Hizo una nueva tableta, y extendió con esmero el ungüento sobre ella. Gonzalo la miraba, un poco inquieto. Ella guardaba silencio, haciendo esfuerzos heroicos por vencer la confusión que se iba apoderando de su alma.
Palabra del Dia
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