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Actualizado: 19 de mayo de 2025
¡Llevábamos treinta y tres días de navegación, y escasamente habíamos andado 23°. Para estar á la vista de Guaján, nos restaba unas 120 millas. Los víveres iban escaseando, y el agua había que refrescarla constantemente con la que se recogía de los aguaceros, tan comunes en aquellas latitudes.
A la hora de los postres y del café, habiéndose retirado Nucha, que por el ansia de su niña se recogía temprano, subieron de la cocina Primitivo y el ratón, y los futuros compañeros de glorias y fatigas comenzaron a fraternizar fumando y trincando a competencia.
Durante la comida, y entre la algazara de una conversación animada sobre el trabajo de la mañana, oíase una voz que bruscamente decía: «Toma». La Nela recogía una escudilla de manos de cualquier Centeno grande o chico, y se sentaba contra el arca a comer sosegadamente. Yo pensé que también hoy se había quedado en Aldeacorba». Por las noches, después de cenar, rezaban el rosario.
Retirados a nuestro aposento, y yo más curioso que nunca, y temiendo el espíritu arriscado y de aventuras de mi amigo, me senté sobre el borde de la cama y esperé a que comenzase, como comenzó así su razonamiento: Ayer, al asomar la noche, recogía el fresco por el puente último que lleva el Avellano, y donde viene también a dar la senda que conduce a las espaldas de la Alhambra.
Sobre el moño o castaña ostentaban cada una de estas doncellas un ramo de frescas rosas. Salvo la superior riqueza de la tela y su color negro, no era más cortesano el traje de Pepita. Su vestido de merino tenía la misma forma que el de las criadas, y, sin ser muy corto, no arrastraba ni recogía suciamente el polvo del camino.
Cassoulet era, en la noche, la providencia de los míseros desterrados de un mundo superior, era la ensenada que recogía la resaca social que en su continuo vaivén arrastraba hacia playas desconocidas el oleaje incesante.
Hasta que fatigado, sudoroso y a punto de caer a tierra con un derrame, le entregaba la escoba y recogía el bastón con borlas. Desahogado de este modo su noble pecho de la copia de ajos que le embargaba, emprendía de nuevo su camino y llegaba al Saloncillo en una felicísima disposición de cuerpo y espíritu.
Las cabañas, donde, con mano amiga, dulcificaba los dolores de sus convecinos. Donde recogía el último suspiro de los moribundos. Donde socorría a las viudas y enjugaba el llanto de los niños arrodillados ante el cadáver de su padre, mientras les decía estas palabras: «A cambio del oro que os doy, rezad por su alma.» Allí está la higuera al pie de cuyo tronco mecía nuestras cunas.
Un oficial se descuidaba su bolsa, y el joven Kernok la recogía cuidadosamente, pero sus camaradas tenían parte en el contenido; si robaba ron al capitán, lo partía también escrupulosamente con sus amigos.
¿Mantilla para guiar? ¡Estás aviada, hija! Bueno, pues de sombrero. El caso es que estaría de mistó: no como esa desorejada de la Felipa que ya no tiene carne para hartar a un gato.... La doncella, mientras le recogía el pelo, charlaba por los codos. El fondo de su charla era constantemente adulador. Amparo escuchaba con cierta complacencia.
Palabra del Dia
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