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¡Llevábamos treinta y tres días de navegación, y escasamente habíamos andado 23°. Para estar á la vista de Guaján, nos restaba unas 120 millas. Los víveres iban escaseando, y el agua había que refrescarla constantemente con la que se recogía de los aguaceros, tan comunes en aquellas latitudes.
Tengo la cara ardiendo y quiero refrescarla un poco con agua. Bajaron por los prados, llegaron al río, y allí la heredera de Estrada-Rosa, contra las prescripciones de D. Santos, se echó agua al rostro por largo rato. Después que se hubo secado ascendieron de nuevo lentamente hacia la casa. ¿Cómo estoy ahora? Bien, ¿eh?... ¡Si viera usted cómo me aburro aquí! No puedo más; todo esto me fatiga.
Apoyé la frente en los vidrios para refrescarla, siguiendo maquinalmente el movimiento de las hojas muertas que el viento levantaba y hacía revolotear hasta la ventana. Comenzaba ya a obscurecer, cuando oí de repente afuera, en el corredor, una voz de mujer que se lamentaba y daba gritos tan violentos, que la enferma, dormida, se estremeció dolorosamente. La cólera me subió a la cara.
Palabra del Dia
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