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Había olvidado por completo que le estaba prohibido tomar parte en la lucha. Al ver aquello volví a reírme, salté al suelo y poniéndole la mano en el hombro le dije: A casa y a la cama, viejo mío. Tengo que contarle a usted la historia más graciosa que ha oído en su vida. Se volvió, absorto, y exclamó, estrechando mi mano: ¡Salvado! ¡Salvado! Pero en seguida refunfuñó como acostumbraba.

Yo que vi al corchete que, alargando la mano, tomó el salero y dijo: "Caliente está este caldo"; y que el porquero se llenó el puño de sal, diciendo: "Bueno es el avisillo para beber", y se lo echó todo en la boca, comencé a reírme por una parte y rabiar por otra. Trajeron caldo, y el de las ánimas tomó con entrambas manos una escudilla, diciendo: "Dios bendijo la limpieza."

Y ya que estaba apartado, volvió con gran prisa, y llamándome a voces, estando en el campo donde no nos oía nadie, me dijo al oído: -Por vida de V. Md., que no diga nada de todos los altísimos secretos que le he comunicado en materia de destreza, y guárdelo para , pues tiene buen entendimiento. Yo le prometí de hacerlo, tornóse a partir de , y yo empecé a reírme del secreto tan gracioso.

Quisiera hacer como todos hoy pensaba el joven, reirme, gozar... ¡parece que soy yo solo el triste y el desgraciado! ¡ay, no! que están mis viejos, que ya no volverán a reír ellos tampoco... ¿por qué he tomado esta calle? iré por el río, es más solitario... pero, antes, pasaré por casa de Susana, quiero despedirme de ella: ¡cuántas veces he seguido este camino! en esta cigarrería entraba a comprar cigarros, en aquella esquina me esperaba el italianito vendedor de diarios: daba luego mis tres paseos frente a la casa de Esteven: ella, en el balcón o detrás de la celosía, me miraba y me sonreía, y así que desaparecía, me iba al escritorio de Jacinto, y después a la Bolsa, ¡la Bolsa! ¿por qué habré pisado la Bolsa? no me vería en la que me veo.

Decía esto en plena efervescencia, y no pude menos de reírme de él. Hermoso país es España continuó . Esa canalla de las Cortes lo va a echar a perder.

Concluí por reírme de mis alucinaciones estrambóticas; salí del tocador, y ayudé, sin ser hora todavía para ello, a arrastrar a mi madre en su sillón hasta el saloncillo en que recibíamos las visitas.

Yo, que calculaba en qué vendrian á parar aquellas misas, no podia menos de reirme en mi interior.

Pero qué, ¿se cansa usted mucho hoy...? Pues vamos despacio, más despacio si usted quiere... ¡Ah!, ya me ha contado Guillermina que hoy estuvo usted muy santito... Así me gusta a la gente. ¿Por qué no fue usted a verme?... ¡Estaba yo más salado...! Si no lo sabía. ¿Vuelve usted mañana? ¿De veras que va usted a ir a verme?... ¡Cómo se reirá de ! ¡Reírme! ¡Qué cosas se le ocurren!

Y ¿por qué había de reírme? observó Nieves apartando con la contera de su sombrilla cerrada algunas pedrezuelas del suelo que no estorbaban a nadie. Por lo que pudiera hallar usted de... inocentada en el caso, es un suponer respondió Leto con entera sinceridad; y enseguida añadió : de todas maneras, ahí está el clavel.

Siempre dice: «Yo, que he recibido una educación académica....» Mi padre quería seguir la carrera de autor dramático, y cuando le convencieron de que no había semejante carrera, respondió: «Pues si no autor dramático, zapatero.» ¡Peregrino dilema! No puedo por menos de reírme.... Estas cosas raras e ilaciones sorprendentes, eran las que divertían al conde. Le estoy fastidiando a usted....